Aquellos días de blues de 1972
Actualizado: 15 may 2021
Entrevista de 25siete a Fernando Peláez.

La colección Discos, si bien inspirada en la 33 1/3 (publicada a partir de 2003 por la editorial anglosajona Continuum), significó y significa un enorme desafío para HUM y Estuario Editorial dentro del medio local. En particular desde el punto de vista financiero, pues no es lo mismo la convocatoria que pueden tener Alfredo Zitarrosa o Jaime Roos, que otros solistas o conglomerados incluidos en esta serie. Pero dejando de lado este aspecto, hasta ahora los resultados han sido en su mayoría de una calidad superlativa. Tal como lo comenta Gustavo Verdesio en No es solo rock and roll (número 0 de la colección), “la idea es plasmar un análisis canción por canción, así como una reconstrucción del proceso de producción de un disco que haya sido importante en la vida del autor, y que haya producido una impresión duradera para entender una época de la música popular o de la sociedad en la que se produjo”.
Una vez elegido el artista, me imagino que no debe haber sido fácil, ni lo será en el futuro, la selección del disco a desentrañar. ¿Cuál elegirías de Ruben Rada, Los Olimareños, Buitres, La Vela, NTVG, o los que fuera? En esta entrega el escollo se saltó fácilmente ya que el grupo elegido, el power trío Días de Blues, grabó y editó un solo disco. Jorge “Flaco” Barral (bajo, guitarra acústica y voz), Daniel Bertolone (guitarras eléctricas, armónica y voz) y Jorge Graf (batería) generaron en 1972 una propuesta original dentro del incipiente blues-rock en español, que estuvo caracterizada por una inusual fiereza interpretativa, con textos llanos y directos, y que fue rescatada en parte por un único disco que ha resistido más que bien el paso del tiempo. De todos modos, surge la pregunta obvia: ¿cómo es posible que una banda que existió solamente diez meses y que grabó un solo disco haya tenido tanta trascendencia con el devenir de las décadas? Si bien en este trabajo se pueden encontrar varias razones para tal sinrazón, Fernando Peláez va mucho más allá, y logra cubrir con claridad meridiana diversos aspectos del contexto social, cultural y político, así como de la historia del rock rioplatense desde sus comienzos hasta la primera mitad de los 70. Solo él puede realizar este espléndido resumen de las enciclopedias De las Cuevas al Solís. A su vez, este trabajo tan minucioso, se lee como una novela entretenida. Es que la prosa de Peláez ha mejorado sensiblemente desde De las Cuevas, algo que ya se había notado en el libro RADA. Para descubrir algunas percepciones del autor, le planteamos algunas preguntas.
- ¿Cuáles fueron las principales razones por las que aceptaste escribir este libro?
- Sobre Días de Blues hay muchísimo en el Volumen 2 de De las Cuevas al Solís. Pero con el correr de los años continué sumando más información. De hecho, ya tenía la idea de hacerlo y había concretado nuevas entrevistas con los integrantes del trío, así que cuando llegó la invitación por parte de Gustavo Verdesio, me dije “Tá, lo metemos en la colección Discos”. Es cierto que el formato de la serie tiene algunas limitaciones de tamaño por sus propias características, pero no quería perder la oportunidad de ser el autor, ya que Días de Blues iba a salir en esta colección, sí o sí, escrito por quien fuere.
- Pero entonces, ¿hay alguna novedad? ¿o alcanza con De las Cuevas?
- Considero que hay un montón de novedades. Y las devoluciones que están llegando me dejan tranquilo en ese sentido. Por ejemplo, Walter Bordoni (músico y conductor de Barrio Virtual) me escribió: "Imponente, lleno de revelaciones y datos insospechados, incluso para quienes ya leímos (varias veces) De las cuevas al Solìs". Hay un resumen de las etapas del rock en Uruguay desde 1960 hasta 1974, con sus respectivos contextos sociales, económicos, políticos y culturales, también una conexión relevante con el surgimiento del rock argentino, la historia del grupo, su disolución y, por supuesto, un análisis de los temas de este único fonograma histórico. También la historia del arte de tapa, ese magnífico dibujo realizado por el gran artista plástico que fue Celmar Poumé.
- Justamente, salvo excepciones, las letras de los temas son cortas, y la mayor parte transcurre en un contexto de riffs y largas improvisaciones. ¿Cómo sorteaste esa dificultad?
- Tuve que hacer algo intermedio. No tenía sentido, por ejemplo, escribir la partitura de todo lo que se toca Bertolone, pero tampoco sacarle el culo a la jeringa, pues analizar el disco es una de las condiciones que pone la editorial para esta colección. Así que si bien los ocho temas son analizados al detalle durante los capítulos 7 y 8, y más allá de algunas cuestiones más técnicas que se incluyen a pie de página, la mayor parte de este análisis es apta para todo público. Relato las vivencias que llevaron a gestar los textos y montones de detalles que uno descubre al escuchar el disco acompañado de la lectura. También aportes sobre lo que fue la grabación propiamente dicha, realizada en solo dos días, tocando como en vivo y prácticamente en toma uno, lo que muestra el grado de cohesión y entrenamiento que tenía la banda. Las fichas técnicas de la grabación se perdieron así que, escuchando muy atentamente, y con una pequeña ayudita de los músicos, pude reconstruir casi todo. En particular los instrumentos que se usaron y en cuál de los dos canales del estéreo se escuchan.
- También hay otra novedad que está vinculada con el Festival Buenos Aires Rock III de 1972.
- Eso fue un laburo grande. A diferencia de los dos primeros B.A. Rock, para este (donde Días de Blues descolló), hubo muy poca información. Ni siquiera por parte de la revista Pelo que lo organizaba. Esto se debe (entre otras razones que explico en el libro), a que rápidamente se estrenó la película Rock hasta que se ponga el sol, el primer largometraje argentino de rock, que en plan Woodstock rescata algunas partes del festival. La verdad sobre el B.A. Rock III fue condenada al olvido y no aparecen cuestiones certeras sobre su desarrollo, ni en la profusa bibliografía asociada al rock argentino, ni en Internet. Desarrollé entonces una investigación cubriendo tres líneas al mismo tiempo: una búsqueda en bibliotecas de Buenos Aires de todas las publicaciones editadas cerca de la fecha (ahí me ayudaron mis amigos Marcelo Cerminara y Ana May Zubiría), una revisión detallada de la película, y en tercer lugar una patriada de nuevas consultas a los uruguayos que estuvieron en el festival, a montones de periodistas, historiadores y músicos argentinos de diversas generaciones, al director de la revista Pelo, etc. Lamentablemente, de esta patriada no pude obtener casi nada. Pero bueno, si bien no llegué al 100 % de la historia, creo que hay un aporte más que interesante que en Argentina va a llamar mucho la atención.
- Hablando de investigación, vos metés muchas referencias y citas. Si bien la lectura es muy amena ¿no considerás que eso es más apropiado para un trabajo académico?
- Te agradezco enormemente esta pregunta porque es algo que me tiene preocupado. Si bien nunca oculté haber sido uno de los más grandes hinchas de Días de Blues, he tratado de ser lo más objetivo posible. No tengo formación académica como historiador, pero considero imprescindible ser lo más riguroso posible en un trabajo que pretende brindar aportes sobre una serie de hechos que no quedaron debidamente documentados en su tiempo, o que no fueron aún confirmados, al menos con una alta probabilidad de haber ocurrido de esa manera. Seguramente parta de la gran influencia que significó para mí el libro sobre Eduardo Mateo de Guilherme de Alencar Pinto. ¿Y qué está pasando últimamente? Algunos periodistas o escritores están dejando de citar aquellas fuentes de donde aprendieron o se enteraron de una gran cantidad de sucesos. Y eso es una práctica nefasta. Considero que las opiniones de los autores tienen que estar mínimamente fundamentadas y tiene que haber una bibliografía mínima, porque es de chanta hablar sin citar lo que han dicho otros críticos en otros libros o en la prensa especializada.
- Durante el proceso de este trabajo, ¿cuáles fueron las cosas que más te llamaron la atención?
- En primer lugar la gran cantidad de opiniones coincidentes sobre el grupo y su disco dadas de manera independiente por personas de diferentes generaciones y de distintas partes del mundo. Aquellos que fueron botijas en los 70, o en los 80, 90 o 2000, describen la misma sensación sobre el impacto que les produjo el disco cuando lo escucharon por primera vez. Y otras historias coincidentes. Por ejemplo, Palito Elissalde, ese notable músico y guitarrista (Abuela Coca y tantos otros proyectos), cuenta que no andaba en bondi ni comía para juntar la plata que le daban sus padres y así poder comprarse el LP de Días de Blues. Y después viene Tabaré Rivero y me cuenta que él hacía lo mismo. También es cierto que conozco a algunos menos entusiastas cuyas opiniones no incluí en el libro. También me llamó la atención la muy buena onda de los tres músicos, que recuerdan con mucho cariño esa etapa, la cual significó para ellos significó una conjunción mágica que nunca más volvería a repetirse, a pesar de sus extensas trayectorias posteriores. Finalmente, hay un descubrimiento que hago casi de casualidad y que aparece en las dos últimas páginas del libro. Tiene que ver con una característica de los vinilos editados originalmente en Uruguay por el sello De la Planta. Un gran amigo me dijo “eso quedó como un último capítulo de Dark, donde se termina dilucidando una controversia que llevaba casi medio siglo sin resolver, y nadie entendía nada”. Por supuesto que no lo voy a espoilear ahora.
- ¿Cómo fue tu relación con la editorial?
- Espléndida. Tengo que agradecer enormemente a Gustavo Verdesio (director de la colección), a Martín Fernández (director de Casa Editorial HUM) y a Lucía Boiani, la diseñadora. Tuve un apoyo permanente y siempre tomaron en cuenta mis sugerencias para la edición final. Debo reconocer que nunca me gustó la identidad gráfica de esta colección, con las tapas de los discos cortadas entre carátula, canto y contracarátula de los libros, aunque en este caso los afiches y las fotos intercalados entre capítulos son gran un acierto porque dan un corte interesante a la lectura. Además quedaron muy bien y documentan gráficamente aspectos de la cultura rock uruguaya de aquellos primeros años de la década del 70.
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