top of page
Foto del escritor25siete

Chile da vuelta la página

Por Marco Consolo

Victoria aplastante del candidato de las izquierdas y del progresismo, Gabriel Boric, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales chilenas, con casi 12 puntos de ventaja sobre José Antonio Kast, nostálgico de la dictadura de Pinochet. El domingo 19 de diciembre votaron más de 8.363.000 personas, una cifra que nadie esperaba y que rompe el umbral de los 8 millones de votos, considerado el “Santo Grial” de la política chilena.


Boric es el Presidente más joven de Chile (36 años cuando asuma el cargo el 11 de marzo) y el que más votos ha obtenido (4.620.890) en la historia del país, con una espectacular remontada desde la primera vuelta (del 26% al 56%). Primero dirigente del movimiento estudiantil, luego diputado durante dos mandatos, ecologista, el joven Boric viene del sur del país, rompiendo también simbólicamente el centralismo de la política chilena. Fue elegido con la promesa de construir un Chile plurinacional en un marco de respeto a los pueblos originarios, más justo e igualitario, con un sistema público de salud y pensiones, descentralizando el Estado para devolver el poder a las regiones y comunidades locales, sin más impunidad para las violaciones de los derechos humanos.

El peligro Kast

Por su parte, el pinochetista José Antonio Kast, ultraliberal, misógino y xenófobo, recibió 3.650.088 votos (44,13%), convirtiéndose en el perdedor más votado de la historia de Chile, a sólo 150.000 sufragios de los recibidos por Piñera en su victoria de 2017. En la primera vuelta Kast había quedado primero, con el 28% de los votos, y para la segunda vuelta había conseguido el apoyo de toda la derecha (incluida parte de la DC).

El pedigrí de Kast es impresionante. Su padre se afilió al partido nazi al tiempo que luchaba con las fuerzas de ocupación nazis en Italia y en el resto de Europa, y al final de la guerra huyó de Alemania a Chile. Su hermano, Miguel Kast, fue varias veces ministro en la dictadura cívico-militar de Pinochet, así como Presidente del Banco Central. Y hay varios testigos del apoyo de la familia Kast a la represión pinochetista en la zona de Paine, donde vivía y forjó una pequeña fortuna.

En el Chile de hoy, Kast encarna la necesidad de “ley y orden”, goza de una importante base electoral y del apoyo de la mayor parte de la “familia militar”, que el gobierno deberá tener en cuenta.

En la segunda vuelta, Boric consiguió motivar la participación electoral, que aumentó significativamente entre la primera y la segunda ronda (un 8% más, con 1.200.000 personas). Lo hizo gracias a una masiva campaña puerta a puerta, que movilizó en todo el país a todos los sectores sociales y de la cultura, un despliegue en que las mujeres y los jóvenes tuvieron un papel predominante. Al mismo tiempo, fue capaz de movilizar a los sectores moderados del centro-izquierda que, tras su derrota en la primera vuelta, intentan apostar por la paz social y se han desmarcado del peligro fascista.

Decisivo ha sido el voto en las provincias más pobladas (Santiago y Valparaíso), con una diferencia de casi 20 puntos. Pero también la recuperación de las regiones mineras del norte, donde en la primera vuelta, gran parte de los votos habían ido a parar a un candidato de centro derecha, Franco Parisi, que había hecho campaña desde Estados Unidos y declarado su apoyo a Kast en la segunda vuelta.

De nada sirvieron las maniobras del gobierno de Piñera y de la derecha para boicotear el voto popular y favorecer al candidato pinochetista Kast. No ayudó la campaña de martilleo del odio anticomunista, la polarización extrema, las “fake news”, el uso profuso de las redes sociales y de los algoritmos de “big data”. Tampoco sirvió de nada el apoyo de la derecha mundial, incluido el italiano Salvini y la oposición venezolana anti-chavista tan querida por Matteo Renzi y sectores del Partido Democrata de Italia. Por último, de nada ayudó el cierre parcial de la patronal del transporte privado el día del balotaje, para impedir que la gente de los barrios populares acudiera a las urnas. Postales color sepia recuerdan el 1973, cuando los camioneros fueron decisivos en el golpe de Pinochet contra Salvador Allende.

Y hablando de símbolos, apenas tres días antes del balotaje se produjo un acontecimiento de enorme valor simbólico en el país. A la edad de 99 años, muriò Lucía Hiriart, un personaje oscuro y tenebroso, esposa de Pinochet y su inspiradora en las tramas golpistas, en la sangrienta represión de la dictadura y en los tejemanejes financieros que aseguraron numerosas cuentas clandestinas en el extranjero a la familia. Al igual que su marido, ella también ha quedado impune, logrando evitar la justicia sin cumplir condena en prisión

¿Quien gana y quien pierde?

La victoria de Boric parece poner fin a la larga “transición” posterior a la dictadura, que duró más de 30 años, con la alternancia de gobiernos de centro-izquierda y de derecha.


Aparte de la derrota de la derecha, no cabe duda de que su victoria representa también la derrota del centro-izquierda de la “Concertación” (Democracia Cristiana, Partido Socialista y Partido por la Democracia-PPD), que nunca cuestionó el modelo social y económico surgido de la dictadura y aplicado por ella al dictado de los “Chicago boys” de Milton Friedman. Es, pues, la derrota de un consociativismo de poder que ha aceptado, interiorizado y practicado uno de los sistemas neoliberales más brutales y desiguales del continente. Un laboratorio mundial desde el golpe de Estado de 1973, donde todo se ha privatizado (la educación, la sanidad, las pensiones, el transporte, el agua…), donde unas pocas familias controlan los resortes económicos del país y donde el papel del Estado es subsidiario del mercado.


Las lecciones de Chile

Las elecciones no fueron ganadas por el centro-izquierda, que se alternó en el gobierno con la derecha en las tres décadas posteriores a la dictadura. Las ganó un candidato que viene del progresismo y de las luchas estudiantiles, con el apoyo de los movimientos y del Partido Comunista, cuyo papel fue decisivo. Los candidatos (y partidos) de centro-izquierda perdieron en la primera vuelta y en la segunda tuvieron que apoyar, obtorto collo, al candidato Boric para conjurar la amenaza fascista.


¿Cómo fue posible esta inversión de las relaciones de fuerzas?

El neoliberal Piñera había ganado en 2017, gracias a la decepción y el desencanto popular con el gobierno de centro izquierda, que nunca cuestionó el modelo neoliberal heredado de Pinochet, sino que por el contrario lo perfeccionó en muchos aspectos.


Fue la masiva revuelta social de 2019 contra el gobierno de Piñera, la que cambió las relaciones de fuerzas. Chile se despertó. Los movimientos sociales, pagando un alto precio de sangre con decenas de muertos y centenares de heridos entre los manifestantes, lograron imponer el referéndum sobre la Constitución para anular la pinochetista. Este impulso desde abajo permitió la instalación de la Convención Constitucional (que avanza en la definición de la nueva Carta Magna), con una presidenta, Elisa Loncón, representante del pueblo mapuche, hecho de enorme valor simbólico. La movilización abrió la puerta de la victoria electoral en las elecciones administrativas.

Esa revuelta construyó en el conflicto una coalición político-social, entre el muy diverso mundo de los movimientos sociales y los partidos de izquierda coherentes, que, a pesar de las relaciones poco idílicas, intentaron trabajar juntos y construir una alternativa que se reflejó también en el plano electoral.

Tras meses de revuelta social y de movilización a menudo unitaria, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, la coalición entre el Frente Amplio, el Partido Comunista y otras fuerzas menores superó al centro-izquierda con un candidato que era expresión de los movimientos, y que derrotó a la derecha.


Los múltiples desafíos del nuevo gobierno

A partir del 11 de marzo 2022, se abrirá un nuevo escenario cuya evolución es aún imprevisible. Son muchas las expectativas que genera el nuevo gobierno, pero el cuadro no es nada fácil, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un período limitado de cuatro años.

Las expectativas se concentran en una amplia agenda: el cambio de la Ley electoral, la reorganización territorial de los poderes del Estado, recuperar la soberanía popular, reformar la Educación, la Salud y el sistema Previsional (¿veremos el ocaso de las Administradoras de Fondos de Pensiones -AFP ?), recuperar la soberanía sobre el cobre, el litio, el mar, el agua y un largo etc. Entre los asuntos sensibles, está la condonación de las deudas bancarias contraídas para pagar estudios superiores. En otras palabras, se trata de cambiar el “modelo” económico y el régimen fiscal (hoy profundamente regresivo), temas pendientes desde el fin de la dictadura.

Por su lado, la Convención Constitucional trabajará hasta julio en la redacción de un nuevo texto que deberá aprobarse en un plebiscito. La victoria en las urnas podría posibilitar cambios de mayor profundidad, dada la amplia mayoría de la izquierda en el órgano de 155 miembros.

Aunque se trata de un régimen presidencialista, en el Parlamento los números a favor de la coalición que apoyó en la primera vuelta al Presidente electo no son muy alentadores. A partir de marzo, habrá empate con la derecha en el Senado y en la Cámara de Diputados será difícil construir mayorías sólidas: el repetido llamamiento al diálogo de Boric también tiene en cuenta las relaciones de fuerzas parlamentarias. En el plano político, las próximas semanas serán cruciales para Boric en su intento de ampliar su coalición más allá del Frente Amplio y del PC. Especial importancia tendrán las señales hacia el mundo socialista, que se volcó en la campaña electoral a favor del ex-diputado en el balotaje. Mientras algunos dirigentes se resisten a cualquier tipo de integración del Gobierno, otro sector estaría dispuesto a sumarse. Si resulta este escenario, se produciría la ruptura de la alianza entre el Partido Socialista y la Democracia Cristiana, que parece decidida a pasar a la oposición. Pero, más allá de los equilibrios entre partidos, lo que puede garantizar cambios reales, una vez más, será la organización popular y la movilización callejera, como elemento de presión y fiscalización desde abajo de la política gubernamental.

Uno de los primeros y mayores desafíos del Presidente electo será intentar despejar la incertidumbre económica y calmar a los “mercados”, que han dado señales de nerviosismo en las primeras horas sucesivas al balotaje, con la pérdida de varios puntos en la bolsa de valores y el alza del dólar. Como en muchos países, las presiones de los poderes financieros son y serán muy fuertes: nombrar los responsables de Economía y Hacienda será una primera importante señal sobre el camino que tomará el gobierno.


El nuevo gobierno tendrá que hacer frente a una situación social y económica que ciertamente no es halagüeña, tras dos años de revuelta social y, sobre todo, tras casi dos años de pandemia (lejos de haberse terminado). Sin embargo, por lo menos en el primer año, los márgenes de maniobra serán limitados porque el presupuesto con el que se encontrará el nuevo Presidente y su próximo ministro de Hacienda, fue diseñado por el actual gobierno de Piñera en un marco de austeridad fiscal.


Capítulo aparte, son las relaciones del Estado central con los pueblos originarios, en particular (pero no solo) con el pueblo Mapuche en su territorio conocido como Wallmapu. Para justificar la colonización del territorio, la historiografía oficial ha tenido una constante mirada negacionista sobre la historia de la expansión del Estado chileno, sin que este haya logrado imponer sus formas culturales, económicas y políticas. Aparte del paréntesis de Salvador Allende, la única receta aplicada hacia los pueblos originarios ha sido basada en el saqueo, el engaño y la militarización, fenómenos que, lejos de desaparecer, hoy vuelven a ocurrir encontrando una resistencia creciente.


Por último, en el futuro del nuevo Chile, será determinante el cuadro internacional, especialmente el de un continente cuyo ciclo político está cambiando profundamente. Estará por verse si el gobierno priorizará la propuesta de fortalecer una integración continental no subordinada (a partir de Unasur y Celac), o seguirá el rumbo neo-liberal de la “política de Estado” llevada a cabo hasta ahora, con la “Alianza del Pacifico” y “Prosur”. En un continente en disputa, como es América Latina, los próximos pasos serán decisivos para reorientar la política exterior. Sin embargo, esta victoria progresista refuerza además las esperanzas de cambio en Colombia y Brasil, que irán a elecciones en 2022.


Pero quizá el mayor desafío del Presidente electo será recomponer el clima político y social de Chile, altamente polarizado luego de esta dura campaña presidencial.

Publicación 25siete: 18/01/2022 del Il blog di Marco Consolo


Comments


bottom of page