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Contra la desaparición de los rituales

Por Baltasar Aguilar Fleitas

Mañana es el día de los difuntos. Es inevitable comparar la reacción social que provocaba este acontecimiento y la que puede verse en la actualidad.


Hubo un tiempo en que la muerte no era ignorada ni escondida. El dolor se presentaba en una extraña aunque habitual y aceptada simbiosis con la fiesta. No hubo celebración de la muerte como en México, pero el 2 de noviembre era un día para el recuerdo de familiares, amigos y vecinos fallecidos, y también el momento del encuentro con los parientes vivos y para disfrutar del cementerio transformado en una feria.


Actualmente la fecha luce otro carácter. Se ha convertido en un día de descanso. Los rituales en torno a la muerte, desde el velatorio que ya casi no existe hasta el sepelio que ha dejado de ser un acto masivo, todos se han debilitado. Ocurre lo mismo con otros rituales. No queremos saber nada con la muerte pese a que nos constituye. Las personas mueren solas en los hospitales, sometidas a una fría y a veces absurda tecnología médica. Eso dice mucho de nosotros como sociedad. “Dime como mueres y te diré quién eres”, escribió el poeta mexicano Octavio Paz.


El filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han dice que los rituales son acciones simbólicas que dan forma a una comunidad. Cuando estas acciones desaparecen o se debilitan, lo que ocurre es un retroceso de la comunidad que va perdiendo señas de identidad y mecanismos de cohesión. (La desaparición de los rituales. 2019).


Cuando las cosas eran diferentes, la ritualidad evocativa de la muerte tenía a las flores como protagonistas. Entre esas flores estaban los cartuchos (o alcatraces como se les llama en otros países). Recuerdo la hermosa tarea de cosechar cartuchos que nacían en los arroyos sin que nadie los cultivara. Si, aunque les parezca mentira, tuvimos en este país arroyos que lucían islotes de flores.


Como homenaje a aquella época y a quienes aún mantienen los rituales en torno a este día, he elegido como obra de arte de la semana a La vendedora de flores, de Diego Rivera, el gran pintor mexicano que formó pareja con Frida Kahlo. Es un cuadro de 1941 donde se ve a una joven humilde, de espaldas, con doble trenza —o sea soltera—, que parece no poder con tantos y hermosísimos cartuchos. Me gusta imaginar que esas flores son para vender cerca del cementerio. Diego Rivera pintó varias obras con cartuchos. Podemos decir que así como las bailarinas de ballet son de Degas, los cartuchos son del gordo Diego Rivera.

Publicada: 01/11/2022


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