De Fiorito al infinito
Actualizado: 8 feb 2021
Por Pablo Rivera
Ha muerto Maradona, el gran artista revolucionario del deporte más popular, el Dios todopoderoso que ha trascendido el fútbol como una auténtica estrella de consenso mundial. Il campioni, il fuoriclasse, el Che Guevara de la pelota, el malabarista de la redonda y las causas justas. Fiorito y Dubai, barro y siete estrellas.
Una vida signada por los contrastes más profundos, desde sus tiempos de cebollita hasta sus últimos días marcados por un estado de salud en franco deterioro. Ascenso, gloria, caída y el paraíso eterno reservado para los dioses que permanecen por siempre en la memoria de sus fieles. Del cielo al infierno y del infierno al cielo sin escalas. El genio del fútbol mundial, como bien lo definiera Víctor Hugo, en su mágico relato de la obra de arte que Diego inmortalizara en el césped del estadio Azteca aquella tarde histórica frente a los ingleses, tarde que representó simbólicamente un pedacito de revancha para un pueblo argentino que sufrió el dolor de la guerra absurda e injusta frente al enemigo imperialista anglosajón.
Nos ha dejado el futbolista más creativo en uno de los años más destructivos; este 2020 que caprichosamente se ha empecinado en arrebatarnos a los mejores, se ha llevado al ADN del fútbol argentino y mundial. Ese pensar y sentir la vida desde su postura rebelde, su absoluto desencanto y decepción con un establishment que no le perdonó su firme determinación de confrontar al poder, a la mafia de la FIFA, a la Camorra napolitana y a los poderes dominantes y censores de su Argentina natal, lo llevaron indefectiblemente a profundas angustias y depresiones. Maradona fue juzgado por una sociedad profundamente hipócrita. Las múltiples vidas que habitaron dentro de su cuerpo castigado, lo fueron apagando, tal cual hacía Diego con sus defensores en el campo de la gloria futbolera. Ese cuerpo que parecía indestructible, fue perdiendo la frescura y la alegría para quedarse solo con la adicción y sus luchas internas. Las malas compañías, los malos amigos habitués del universo Maradona y todos aquellos que no aprendieron a tratarlo como a una víctima de sus propios excesos, exigiéndole como a una persona sana, terminaron sumergiendo a Diego en un oscuro túnel que conduciría finalmente a un desenlace previsible y no deseado. Le pidieron que fuese ejemplo de todo lo que esos mismos catedráticos del buen vivir no pueden ser ni ofrecer. En un mundo invadido por millones de adictos a la cocaína, muchos de ellos muy visibles y famosos, la obsesión de los medios recaía recurrentemente en la persona de Diego, una persecución sistemática durante décadas a ese futbolista excepcional y único salido de una villa del continente más desigual del mundo que tuvo la osadía de enfrentarse a los más poderosos.
Nacido un 30 de octubre de 1960 en el Policlínico Evita de Lanús, hijo de Don Diego y Doña Tota, Pelusa fue el quinto de ocho hermanos y el primer varón del matrimonio Maradona. De ascendencia croata (de la costa dálmata adriática) y gallega (de Lugo, en la costa del Cantábrico), su familia, originaria de la provincia de Corrientes, se afincó en Villa Fiorito, en el partido de Lomas de Zamora ubicado en el sur del conurbano bonaerense. Sus comienzos en el fútbol tuvieron lugar en “Las Siete Canchitas”, un potrero de Fiorito, previo a ingresar, prueba mediante, en las divisiones inferiores de Argentinos Juniors en 1969. Allí jugó para Los Cebollitas, equipo creado por Francisco Cornejo, dado que los equipos no se podían anotar bajo el nombre de la institución, permaneciendo hasta los 14 años, edad en la que el club de la Paternal pudo ficharlos en AFA.
El 30 de junio de 1984, el presidente Corrado Ferlaino, logra el mayor golpe de efecto del club partenopeo con la adquisición de Maradona, transformando definitivamente la historia de la Società Sportiva Calcio Napoli. Ganador de los dos únicos scudettos que posee el club en las temporadas 1986/87 y 1989/90 y su única Copa UEFA, (actual UEFA Europa League) en 1988/89, estos logros de la mano del 10 pusieron fin a décadas de ostracismo deportivo y de desprecio social por parte del Norte opulento y ostentoso de sus títulos, su poder y su desprecio de clase hacia los italianos del Sur de la península. Los días gloriosos de Diego en Nápoles sobre fines de los 80 tenían una particularidad, todo le era perdonado, desde su vínculo con la Camorra napolitana y su capo mafioso Carmine Giuliano, hasta su gusto desmedido por la droga y las mujeres. Dentro de las historias acerca de las hermosas chicas con las que había dormido Diego, desde modelos, anónimas y prostitutas, su chofer estimó que había estado con más de 8.000, negocio que también era de exclusiva propiedad de la Camorra. Diego, quien siempre se mostraba en público como un marido enamoradísimo de Claudia, a la cual estaba unido desde la adolescencia, se marchaba de fiesta cada lunes con sus amigos regresando los jueves, momento en el cual comenzaba a ponerse a punto para el partido del domingo. Ferlaino y la cúpula del Napoli sabían de su romance adictivo con las drogas, pero su inconducta era tolerada en la medida que continuaba metiendo goles y devolviéndole la gloria jamás antes conquistada al club pobre del Sur y a los fieles de San Gennaro.
Diego se sentía a gusto con la mafia napolitana, era un ambiente en el cual lo recibían con champagne, abundante comida y gigantescas bandejas de polvo blanco. Allí junto a su amigo Giuliano, no sufría el asfixiante acoso de besos, abrazos y fotos que debía padecer en su vida cotidiana. Su relación con la camorra era un secreto a voces en Nápoles, la foto de Diego junto a Carmine Giuliano, el capo del barrio de Forcella y su hermano Raffaele, en una bañera con forma de concha marina, circuló por toda Italia y a través del mundo. En ese entorno “placentero”, Pelu se sentía como el Diego de Fiorito, un negrito de mierda de una villa miseria, como explicara Signorini. Pero todo tiene su precio, y una vez que se confía en la Camorra, se pasa a ser de su propiedad.
El mundial de 1990 se transformaría en el punto de quiebre definitivo.
Diego amaba Nápoles, pero más amaba el celeste y blanco de la Selección argentina, y el penal con el que batiera a Zenga en el mismísimo San Paolo sumado a la noche soñada de Goycochea, marcarían la eliminación de Italia en su propia tierra. Mientras los gritos y los titulares lo asociaban con el Diablo, los italianos comenzaron a gestar la vendetta. 1991 sería el último año de Diego en Nápoles. El 17 de marzo tras vencer al Bari por la 25ª fecha del Scudetto, fue elegido para el antidoping, control que daría positivo de cocaína. La Federación Italiana le impuso 15 meses de suspensión, sanción ratificada por el Comité de Apelaciones. La policía y los servicios de inteligencia comenzarían a investigar al Dios de Nápoles, encontrando conversaciones telefónicas con la Camorra sobre prostitución y drogas. El vínculo de Maradona con los Giuliano trajo aparejado problemas para los mafiosos napolitanos, quienes comenzaron a sentir la cercana presencia de las investigaciones tras sus negocios y lo dejaron solo. Fue a juicio por tráfico de drogas y declarado culpable por la Fiscalía, pagando la multa y saldando su deuda ante la justicia. La FIFA, a la cual Diego combatió desde siempre, también le tenía reservado su momento de revancha. El 25 de junio de 1994 en el Foxboro de Boston, disputaría su último partido con la camiseta que amó y defendió como ningún otro deportista argentino. Su imagen saliendo del campo de juego de la mano de Sue Carpenter, la enfermera que lo condujo al control antidoping, quedará como una de las imágenes más icónicas y tristes de la historia de los mundiales; le cortaron las piernas, como se encargaría de decir el astro de la pelota.
Diego fue esa estrella inigualable en el firmamento del fútbol mundial, un chico salido de la pobreza extrema al cual le importaba más la gloria que la fama. Fue el más grande entre los grandes, más allá de Pelé, Cruyff y Di Stéfano. Tocó el cielo con las manos y algunos le empezaron a decir que era Dios. Fue alegría, pasión y arte, y mientras el sol brille, los corazones futboleros estarán iluminados por la luz divina de su genio. Como bien decía; me gusta ser Diego, Pelusa, Maradona, hijo de puta, bueno, normal, ignorante, me gusta ser como soy. Pidió disculpas y le dijo al mundo que la pelota no se mancha. Para él, era el juguete más lindo que existía, era su salvación. Para todos quienes fuimos contemporáneos del genio de Diego Maradona, solo resta agradecer en el momento de la despedida, un gracias eterno al genio del fútbol mundial. Dio todo y mucho más, no puede caber el más mínimo reproche. Jugá a la pelota con Fidel y el Che, los líderes que admirabas y llevabas tatuados en la piel. Divertite, como nos hiciste divertir a todos, y encontrá el descanso divino después de tanto desgaste acumulado en esos increíbles y atrapantes 60 años que transcurrieron por los estados más contrapuestos que cualquier simple mortal no sería capaz de soportar.
Lo quisieron matar mil veces y de mil maneras, y murió solo una, como mueren los valientes.
Hasta siempre, Diego.
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