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El arte y la locura

Por Baltasar Aguilar Fleitas

Las relaciones, los misteriosos lazos entre la enfermedad y el arte, tejen una red fascinante de influencias mutuas, que mucho debería interesar a ambos campos de la actividad humana: el arte y la medicina.


El personaje de hoy tiene algo que ver con esto. Salvador Dalí ha sido calificado de megalómano, excéntrico, enfermo, extravagante, nazi, fascista, franquista, homosexual, interesado solo por el dinero y la fama, impotente, delirante, repudiable, execrable…en realidad de todo eso tuvo un poco, además de anarquista y luego conservador, monárquico, ateo y luego católico, surrealista expulsado del movimiento (cosa que no le importó porque sostenía “el surrealismo soy yo”), pero quizás no fue un enfermo sino simplemente un megalómano, con lo que pueda tener de enfermo un megalómano.


Quizás muchas de sus extrañas conductas tienen su raíz en su propia vida. No debió ser fácil para el niño Salvador que el padre lo haya llevado a un cementerio para presentarle la tumba de un hermano muerto antes que él naciera, llamado igual que él y que le haya dicho “eres la encarnación de tu hermano”. Ya mayor, Salvador respondió a su padre esta y otras groserías regalándole un preservativo conteniendo su semen y diciéndole “toma, ya no te debo nada”.


Lo cierto es que Salvador Dalí, del que ayer 23 de enero se cumplió aniversario de su fallecimiento, está en libros y revistas tanto de arte como de psicología y medicina. La lectura de su biografía es un placer descacharrante. Fue siempre un transgresor. El que transgrede es a menudo molesto, pero hasta cierto punto es bienvenido porque cuestiona y fuerza los límites aunque, como en este caso, no busque otra cosa que llamar la atención.


Además de la pintura Dalí incursionó en el cine, en películas breves cargadas de simbolismo como El perro andaluz, que realizó en colaboración con Luis Buñuel, compañero suyo en la Residencia de Estudiantes de Madrid.


Hoy nos interesa su obra más conocida: La persistencia de la memoria. Es un óleo sobre tela de 1931 que está en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York. Y acá aprovecharé para aclarar algo que quizás haya llamado la atención en estos artículos. ¿Por qué poner las medidas de los cuadros? Respuesta: para evitar decepciones al visitar los museos. Hay excelentes pinturas que enfrentadas en el lugar de exposición resulta inevitable preguntarse ¿y esto es esa famosa obra? Pregunta lógica porque a veces son de un tamaño ridículo que es casi indigno de su fama. ¿Para ver esto me gasté miles de dólares o euros? Bueno, este famoso cuadro de Dalí mide 33 cm x 24,1 cm., es decir como una hoja A4. La famosa y sobrevalorada Gioconda (perdón Leonardo y los expertos en arte), es un poco más grande que este cuadro de Dalí (77 x 53 cm) pero tampoco es de gran tamaño. Las dimensiones no tienen mucho que ver con la calidad artística de la obra, está claro, pero es un dato útil a tener en cuenta para no caer en sorpresas.


Según dicen, un día, Dalí, impedido de ir al cine con Gala, su mujer, como lo tenía previsto, pintó este cuadro en cinco horas.


Allí vemos una extraña escena: unos relojes derretidos, en total tres: uno que cuelga de la rama de un árbol seco, que podría significar la pulsión de muerte o tanatos; otro se está por caer de lo que parece ser un muro y tiene una mosca, insecto predilecto de Dalí y que se las pegaba al bigote; y otro envuelve a un rostro dormido apoyado en una roca y que representa la cabeza del propio Dalí. Hay un cuarto reloj, con forma de reloj de bolsillo, que en una obra de Dalí no es exagerado explicar su presencia por ser un reloj especial, que se lleva cerca de los genitales; este reloj está cerrado y cubierto de hormigas que para Dalí eran expresión a la vez de erotismo y putrefacción. En 1959 declaró : «[...] he llegado a la certeza de que la hormiga es un ser superior. Para conocer bien una cosa, es menester comérsela, y estas hormigas se comen el tiempo [...]».


Toda esta escena se muestra sobre un paisaje que recuerda, según los que conocen el lugar, la costa mediterránea al este de España, cerca de donde nació Dalí.


¿Qué significan estos relojes? Dalí ha dicho que la inspiración le llegó viendo queso Camembert derretido. Otros hablan de una referencia metafísica al tiempo y a la memoria. De todos modos se trata de una pintura surrealista, de fuerte simbolismo, y es lógico pensar que esos relojes blandos insisten en la relatividad y dimensión subjetiva del tiempo. El tiempo, representado por esos relojes inexistentes en la realidad, desafía la racionalidad humana. Las figuras no son totalmente reales y en el proceso creativo Dalí da rienda suelta a su inconsciente y a las evocaciones oníricas, con una impronta freudiana que parece clara. Esa puede ser una interpretación. Hay otras, incluso hay quienes sostienen que esos relojes fláccidos aluden a su impotencia sexual.


Ni siquiera su muerte fue un acto vulgar. La salud de Dalí se deterioró al final de su vida sobre todo después de la muerte de Gala, su esposa y musa. Murió en 1989 escuchando su obra musical preferida, Tristán e Isolda, de Richard Wagner. Casualidad o no, dicen que Dalí no fue el único al que le ocurrió algo importante en relación con esa obra. Philip Sandblom, en su magnífico libro Enfermedad y Creación refiere que no menos de tres directores de orquesta se desplomaron mientras dirigían cierto pasaje de Tristán e Isolda y que el conocido director Von Karajan, en la misma circunstancia, debió ser sacado del escenario y transportado en ambulancia a un hospital. Parece como si Dali hubiera “elegido” morir en esa condición tan especial.

Salvador Dalí: enfermo o no, loco o haciéndose el loco, más allá de simpatías y rechazos, fue un personaje genial. En un mundo como el actual en el que como dice Byung-Chul Han «todo se vuelve complaciente, incluso el arte. Hoy hemos olvidado de asombrarnos», la obra de Dalí es un llamado a la saludable perplejidad.

Publicada: 24/01/2023


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