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El cuento de la criada y Los testamentos, de Margaret Atwood

Por Inés Nogueiras

Hay una fotografía -de esas que recorren las redes sin mucho contexto- en el que, en medio de una movilización popular, una anciana sostiene un cartel que dice algo así como: “No puedo creer que todavía tenga que protestar por esto”.

En 1985, Margaret Atwood (Ottawa, 1939) escribió una distopía perturbadora. Ante un aumento de la esterilidad de la población, grupos de poder político, económico y religioso crearon la nación de Gilead: una estructura social de castas en las que las mujeres con capacidad reproductiva eran desprovistas de todo derecho, secuestradas y convertidas en criadas. Las criadas no eran otra cosa que esclavas sexuales, incubadoras para que los “comandantes” pudieran procrear y, así, salvar de la extinción a la especie humana (o, mejor dicho, a la especie de los poderosos).

En 2017, treinta y dos años después de su publicación, El cuento de la criada se estrenó en formato de serie y se convirtió en un éxito por la escalofriante vigencia de sus temas (el desborde del poder, la alienación, el atropello de los derechos fundamentales, la misoginia, la libertad de los cuerpos).

Publicación original: 29/09/2020

Como toda producción audiovisual exitosa, continuó más allá de lo que habilitaba la obra original (que se agotaba en la primera temporada de la serie). Atwood asesoró de cerca a los productores y, finalmente, el año pasado publicó la novela Los testamentos, con la que cierra las historias y destinos de los habitantes de Gilead y de quienes lucharon -desde adentro y desde afuera- por su destrucción.

Margaret Atwood tiene 80 años y su literatura sigue siendo esa flecha que se hunde en la carne de los temas difíciles. Me gusta imaginar que es ella quien, con indignada frustración, sostiene el cartel para la foto.

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