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El pecado y la santidad

Por Baltasar Aguilar Fleitas

La figura de Magdalena es conocida popularmente. Hay varias referencias a ella en el Nuevo Testamento y en los evangelios apócrifos, y siempre se la presenta como una mujer que acompañó a Cristo antes, durante y después de la crucifixión. Fue, además, la primera persona que tuvo el privilegio de verle tras la resurrección y quien dio la buena nueva a los apóstoles. En esa ocasión María Magdalena intenta tocar a Cristo resucitado y este la esquiva; tal hecho ha dado lugar a varias obras de arte que representan ese instante, ese “noli me tangere” (no me retengas) dicho por Cristo, pero de eso hablaremos en otra oportunidad.


No entraré en la discusión (estéril a mi juicio, aunque fecunda para la creación artística y literaria) de si Magdalena fue una prostituta o una amante de Cristo o si tuvo otro rol. Lo cierto es que su vida parece que no fue un cúmulo de virtudes. Podría decirse que estamos ante una pecadora, una hermosa mujer joven (aunque hay quienes la muestran como sucia y desaliñada) que se arrepiente de su vida licenciosa. Sin embargo, según los entendidos la única referencia a Magdalena presuntamente pecadora es en Lucas 8:2 donde se dice: “…y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios”. De cualquier manera el arte la ha representado frecuentemente como haciendo penitencia, como una arrepentida que lava sus pecados como forma de alcanzar la santidad.


En este cuadro vemos a una Magdalena joven, con su pelo bien cuidado, sentada en un ambiente oscuro, en actitud contemplativa y reflexiva, casi mística, observando la luz de una vela que, a su vez, se refleja en un espejo. Como signo de desprendimiento de las efímeras cosas mundanas, al lado de la vela se observa un collar que se ha sacado de su cuerpo.


No le vemos el rostro, tampoco se refleja en el espejo, porque lo que importa no es su carnalidad sino el acto de arrepentimiento.


Se ha señalado, a mi juicio con razón, que el aspecto de maniquí que tiene la cabeza de Magdalena es un detalle que afea al cuadro; quizás el autor quiso decir que esa actitud de concentración y arrepentimiento le cabe a cualquier persona, ya que un maniquí es eso, una imagen genérica, no personal. Pero tal vez esta sea una sobreinterpretación. De lo que no hay dudas es que el tratamiento que hace el pintor de los efectos de la luz de la vela y de la luz reflejada iluminando el lugar, el cuerpo de la mujer y los objetos allí presentes, es magistral.


Magdalena sostiene en su falda una calavera. Esa figura nos habla de la muerte, pero más que de la muerte, nos advierte sobre lo efímero de la vida. En ese sentido el cuadro podría catalogarse como una “vanitas”, un recuerdo de que nuestra vida es un sueño, pura vanidad y que es necesario poner atención en lo trascendente de la existencia y no tanto en banalidades perecederas.


El cuadro se llama Magdalena penitente o Magdalena de las dos velas. Es un óleo sobre tela de 1625-1640 del pintor francés Georges de La Tour, del que ayer se cumplió aniversario de su nacimiento. Mide 163,4 x 102,2 cm y está en el Museo de Arte Metropolitano de Nueva York.

Publicada: 14/03/2023



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