El poder de las manos
Por Baltasar Aguilar Fleitas
Sí, efectivamente, en un día tan especial como hoy, hablemos de las manos.
Las manos, tan expresivas en su movimiento, gestualidad e intencionalidad y también en su resignado y sereno reposo.
Las manos que almacenan infinidad de signos de nuestra trayectoria vital y de nuestra identidad.
Manos saludo, manos que con su índice extendido orientan o acusan, manos abiertas que reciben, manos que se despiden con un incierto adiós.
Manos fuerza, manos abrazo y manos caricia; manos duras para el trabajo en el campo y ágiles en la oficina y el piano.
Manos piedad, manos a la vez fuertes y resignadas de la Virgen sosteniendo el cuerpo exangüe de Jesús; manos deformes de la vieja friendo huevos de Velázquez.
Manos de violencia y de amor, manos para embellecerse y para herir, manos que se posan abiertas sobre el pecho en un juramento majestuoso.
Manos rústicas de tambero y de sembrador, manos de madre y manos arrugadas de niño; manos que enjugan lágrimas y que ocultan rostros inundados de vergüenza o pena.
Todo esto y más son las manos. En el arte es frecuente ver manos destacadas en el contexto general de una obra. En Ecuador hubo un pintor que pintó manos. Su obra está primordialmente destinada a revalorizar esta parte del cuerpo y su potencia expresiva: por eso se le conoce como el pintor de las manos.
Se trata de Eduardo Kingman Riofrío (1913-1997) hijo del médico estadounidense Edward Kingman, que se radicó en Loja, una ciudad al sur del país, para atender el paludismo en las minas de Portovelo; Eduardo se convirtió en artista pese a las duras condiciones de vida que tuvo que sortear. Fue dibujante, grabador y muralista, considerado como uno de los maestros del expresionismo y el indigenismo ecuatoriano del siglo XX. Kingman fue testigo desde pequeño de la realidad de los indígenas, con los que se solidarizó, y por eso los desposeídos y personajes anónimos de su país se convirtieron en los protagonistas de su vasta producción plástica.
Las manos de Kingman aparecen sobredimensionadas, deformadas, expresivas, vehementes o parsimoniosas pero siempre destacadas sobre el resto de la pintura. Es un ejemplo de cómo el arte, mediante la distorsión de lo real agudiza el sentido de la realidad.
Todo lo anterior viene a cuento porque hoy se cumplen 50 años del golpe de Estado que dio inicio a la dictadura civil y militar que sufrió Uruguay desde 1973 hasta 1985. Es, por lo tanto un día propicio para recordar a Kingman acá en nuestro pais. Desde el primer momento, como rechazo al quiebre institucional y luego en el reclamo de libertad, paz y verdad, las manos en alto convertidas en puños surcaron el aire de las calles en señal de rabia, lucha y rebeldía.
La obra que presentamos esta semana se llama Lenguaje del pueblo, de Eduardo Kingman pintada en 1997. Sin decir la palabra puño y sin mostrar los rostros el pintor eleva esa imagen a la categoría de una forma muy elocuente de comunicación de un pueblo anónimo y combativo.
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