Feminismo surrealista y radical
Por Baltasar Aguilar Fleitas
La lucha por los derechos y espacios que las mujeres se merecen ha adoptado distintas formas a lo largo de la historia.
En el arte también se han representado esas protestas y reivindicaciones. Allí hay varios ejemplos para destacar, uno de ellos, el de Artemisia Gentileschi que ya hemos analizado en esta serie. El cuadro que vimos de Artemisia, Judith decapitando a Holofernes, es una obra de denuncia de violación y de venganza simbólica.
Hoy quiero referirme a otra artista, descollante, original, rebelde, poseedora de una personalidad irreconciliable con el statu quo de su época, y profundamente provocativa y desafiante. Hablo de Leonora Carrington, pintora y escritora inglesa que nació el 6 de abril de 1917 y terminó sus días en México en 2011.
Es imposible entender la pintura de Leonora si no ingresamos a algunos de sus datos biográficos. A los 9 años la inscribieron en el Convento del Santo Sepulcro -donde estuvo encarcelado Oscar Wilde, condenado por homosexual-, y de allí fue expulsada. Nunca estuvo de acuerdo con una educación impuesta por la alta sociedad destinada a formar prestigiosas y meritorias esposas y madres.
Fue expulsada también de una escuela que enseñaba modales para jovencitas. En fin, su padre, un hombre autoritario y económicamente solvente nunca pudo dominar a esta mujer que parecía poseída por el demonio. En 1937 conoció a quien la introdujo en el movimiento surrealista: el pintor alemán Max Ernst con quien entabló una relación sentimental que duró tres años. Durante su permanencia en el movimiento conoció a algunos de sus personajes destacados como Joan Miró, Pablo Picasso y Salvador Dalí.
Leonora, como dijimos, no solo era pintora sino también escritora. En 1938 escribió un libro de cuentos titulado La casa del miedo, pero su obra fundamental fue, sin duda, Memorias de abajo. Allí relata de manera escalofriante la violación de la que fue objeto en Madrid, ciudad a la que había llegado huyendo de la violencia de la Segunda Guerra Mundial, por parte de un grupo de oficiales carlistas, y el comportamiento de un médico que le proporcionaba medicación convulsivante durante su internación en un manicomio de Santander. Al ver el trato que se le dispensaba el padre pretendió internarla en un manicomio al sur de África pero Leonora aprovechó la oportunidad para fugarse y nunca más vio a su padre.
La vida de Carrington transcurrió en su Inglaterra natal, Italia, Francia, España, Portugal, USA y finalmente México.
Fue en México donde Leonora desarrolló toda su mejor capacidad artística, ya separada de Max Ernst y casada con un fotógrafo húngaro con quien tuvo dos hijos pese a su concepción juvenil de la maternidad como veremos enseguida. Pero no pintó a México sino a su rico mundo interior.
Estas son solo algunas de las peripecias por las qué pasó esta mujer a la que se la calificó como “irremediablemente loca”.
Dar explicaciones de la pintura de un autor tiene siempre algo de arbitrario. Al interpretar se intelectualiza lo que realmente no siempre pertenece al mundo intelectual sino más bien al cambiante y oscuro mundo de las vivencias. Pero vamos a correr el riesgo.
Para ejemplificar la personalidad de Leonora Carrington hemos elegido esta obra llamada Autorretrato, óleo sobre lienzo, de 1937; mide 65 cm x 81 cm y está en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Y allí la tenemos a la insumisa Leonora en una pose casi masculina, sentada en una extraña habitación sobre un sillón azul, con el pelo revuelto; luce pantalones de montar blancos, botas victorianas y chaqueta verde. Su única compañera es una hiena que muestra tres tetas fláccidas en contraposición al pecho liso de Leonora. Atrás hay un gran caballo blanco de juguete que proyecta su sombra sobre la pared. En el paisaje que se ve a través de la ventana enmarcada con cortinas amarillas, hay otro caballo, este real , que corre libremente por el campo y que podría representar la máxima aspiración de Leonora en su vida: romper ataduras y vivir sin frenos ni convenciones.
Quizás la hiena muestra lo que pensaba la artista sobre la maternidad en ese momento: Leonora la señala con los dedos índice y meñique haciendo el signo de maldición.
"El mundo que pinto no sé si lo invento, yo creo que más bien es ese mundo el que me inventó a mí” dijo una vez Leonora Carrington.
Y tratándose de una mujer con un universo interior tan rico y conflictivo es probable que la interpretación que hemos hecho sea un exceso intelectual algo antojadizo; ese riesgo se corre con una artista que rechazaba los contactos con críticos y periodistas y que en una ocasión dijo: “Una vez un perro le ladró a una máscara que hice, ese ha sido el comentario más honorable que he recibido.”
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