25siete
La última partida
Por Baltasar Aguilar Fleitas
El próximo viernes 14 de julio se cumplirán 105 años del nacimiento de Ingmar Bergman, el gran director de cine sueco. Nació en Upsala en 1918 y falleció el 30 de julio de 2007 en la gélida isla de Fårö, Suecia, en el Mar Báltico, lugar en el que vivió prácticamente aislado desde la década de los sesenta. Murió el mismo día que Michelángelo Antonioni, con pocas horas de diferencia.
Bergman fue uno de los mejores directores de la historia del cine. En sus películas aborda las incertidumbres y conflictos esenciales del ser humano con una profundidad inigualable. Él mismo fue un hombre torturado por asuntos tales como la muerte, Dios, el amor…
Esta no es una columna de cine. Por eso dejo constancia que la obra de arte de la semana responde a un indisimulado interés personal: es un homenaje a mi autor de cine preferido, el que me dejó enganchado a las peripecias del alma humana allá por las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado y nunca más me soltó. De Bergman hay una bibliografía caudalosa, inabordable, pero aquí vamos al punto.
Cuando era niño Bergman acompañaba a su padre, un rígido e inflexible pastor luterano, cuando ofrecía misas en pequeñas iglesias rurales de Suecia. El pequeño Ingmar se entretenía en la contemplación de las pinturas de esas iglesias que mostraban al hombre en lucha con la muerte. Una de esas pinturas le inspiraría la célebre escena del caballero jugando al ajedrez con la muerte en El séptimo sello (1957), una de las mejores películas de la historia del cine.
Recordemos la famosa escena: un caballero que regresa de una cruzada (representado por el actor Max von Sidow) se encuentra con la Muerte (Bengt Ekerot) y se produce el siguiente diálogo:
-Caballero: ¿Quién eres?
-Muerte: Soy la muerte.
-Caballero: ¿Has venido a buscarme?
-Muerte: Llevo mucho tiempo a tu lado.
-Caballero: Lo sé.
-Muerte: Estás preparado?
-Caballero: Mi cuerpo tiene miedo... yo no.
La muerte se le acerca, alza un brazo y amenaza cubrirlo con su gran manto negro:
-Caballero: Espera un momento...
-Muerte: Todos dicen lo mismo, pero no tolero el retraso...
-Caballero: Juegas al ajedrez, no?
-Muerte: ¿Cómo lo sabes?
-Caballero: Lo he visto en pinturas y lo he oído en baladas...
-Muerte: Sí, soy un gran jugador.
-Caballero: No mejor que yo.
-Muerte: ¿Por qué no me retas?
-Caballero: Ese es mi trabajo.
-Muerte: Cierto...
Se sientan ante el tablero.
-Caballero: Déjame vivir mientras dure la partida. Si te hago jaque mate, me dejarás marchar...
Sortean las piezas:
-Caballero: juegas con las negras...
-Muerte: Es lo más apropiado, no?
La obra de arte de la semana es la pintura mural que seguramente inspiró a Bergman en la elaboración y filmación de esta escena. Se encuentra en la iglesia de Täby, en la diócesis de Estocolmo. Representa a la muerte jugando al ajedrez con un hombre.
Su autor fue Albertus Pictor (1440-1507), un pintor alemán nacionalizado sueco, una especie de Miguel Ángel nórdico.
El único autorretrato conocido de Albertus Pictor es un mural en la iglesia de Lid, Suecia. El texto latino que lo acompaña dice “Recuérdeme, soy Albertus, pintor de esta iglesia”.
Todos, salvo que nos sorprenda súbitamente, jugamos una última partida con la muerte. La medicina, la ciencia, o el destino, nos tiende el tablero y dispone las piezas, nos permiten avanzar algunas casillas, capturar algún humilde peón, o proteger temporariamente al rey. Pero el resultado está definido de antemano, jugar el juego tiene sentido solo para demorar el jaque mate. La inmortalidad está reservada para los dioses.
(Comparto este artículo sobre Ingmar Bergman que escribí hace unos años para la revista argentina Alma, de medicina y cultura, dirigida por el colega y amigo Prof. Dr. Alfredo Buzzi).
Comments