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La existencia que precede a la esencia

Por Baltasar Aguilar Fleitas

I

Un día como ayer, 15 de abril, además del Día Mundial del Arte, fue aniversario de la muerte del filósofo francés Jean Paul Sartre, ocurrida en 1980 en París. El escritor peruano Mario Vargas Llosa ha anunciado que luego de su reciente novela “Le dedico mi silencio” dará a luz un ensayo que será indefectiblemente lo último que escribirá en su vida. Esa última obra versará sobre Sartre, que, según confiesa, fue el filósofo que más decisivamente influyó en su formación de juventud (cabría preguntarse si hay algún sesentista o de algunas  décadas anteriores que haya escapado a esa influencia magnética del filósofo francés ya sea para aceptarla o para negarla). Confieso que espero con ansiedad esa última obra de Vargas Llosa.


II

¿A qué viene este apunte si hablamos de arte? Se debe a que homenajearemos a Sartre precisamente recurriendo al arte. Cinco días después de su fallecimiento, el domingo 20 de abril, en compañía de una multitud y en medio de un solemne y emotivo silencio, Sartre fue enterrado en el cementerio parisino de Montparnasse. Ese día el pueblo francés despidió a uno de sus más brillantes intelectuales como si fuera una estrella de rock. Para los que gusten de la literatura biográfica que trata del sufrimiento humano ante el avance de la enfermedad y las vivencias cambiantes que se experimentan en ese encuentro con el rostro de la finitud, recomiendo leer el libro “La ceremonia del adiós”, de Simone de Beauvoir, donde relata esas peripecias vitales durante los últimos días de Sartre.


III

Pero aún no hemos llegado al meollo de la cuestión. Sartre fue uno de los padres del existencialismo. Y si tuviéramos que definir con una frase a esta corriente de pensamiento y vida, qué mejor que recurrir a la que usó el propio Sartre: “la existencia precede a la esencia”. Es decir, no nacemos como un proyecto acabado que luego simplemente se desarrolla, por el contrario, somos arrojados al mundo con la libertad y la responsabilidad de crearnos permanentemente nuestra propia esencia. El ser humano no viene determinado, no tiene un programa que le obligue a ser algo, sino que somos un conjunto de posibilidades abiertas. Siempre podemos ser una cosa u otra, está en nuestras manos. Así, no hay nada en nosotros que nos diga que nuestra esencia (lo que somos), deba ser de tal o cual forma. Se  constituye después de existir.


No hay ningún destino para los humanos, ningún plan para nosotros. Para los existencialistas, los seres humanos, a través de nuestra conciencia creamos nuestros propios valores y buscamos un significado para nuestra vida. El hombre es el no-ya-hecho, el que se hace a sí mismo. Y para eso somos y nos reconocemos a la vez libres, responsables y frágiles. Esa condición humana produce angustia y soledad. Pero no tenemos otra alternativa que vivir. Vivir es como andar, como caminar: estamos condenados a ser libres y a caminar.


IV

El vínculo más claro entre Sartre y el existencialismo con el arte tiene nombre y apellido: es el artista suizo Alberto Giacometti (1901-1966). Giacometti fue escultor y pintor y entre sus obras más conocidas está la que hoy presentamos. Sartre, Simone de Beauvoir y Giacometti se conocían, mantenían una estrecha relación y hablaban, divagaban mucho sobre los límites y en los límites, en ese espacio sin definir y tan fértil entre filosofía, literatura y arte.


V

La obra de Giacometti que presentamos se llama El hombre que camina (1961). Es una escultura en bronce de tamaño real, que muestra a un extraño personaje que está caminando. ¿Extraño? ¿Por qué nos parece extraño si nos representa, es como cada uno de nosotros mientras vivimos? Pues ocurre que ese hombre que camina de Giacometti tiene algunas características que nos resultan raras: es alargado, casi filiforme, descarnado, está solo, es anónimo, rodeado de vacío, tiene la piel rugosa, parece que se va a caer por su apariencia tan frágil pero sin embargo sigue caminando con determinación, construyéndose diríamos en clave sartreana. Parece como si el propio Sartre le hubiera ordenado: ¡vaya, camine, usted es libre, elija…! En ese sentido, podremos ser cada uno de nosotros de menor o mayor estatura que esta escultura, pesar más, etc, pero reducido (en realidad, expandido) a lo esencial, así eres tú, así soy yo, así somos todos: hombres frágiles y libres que caminamos. Caminar es una metáfora de la vida. El hombre de Giacometti es como lo definió Sartre «Un hombre entero, hecho de todos los hombres...».


Sartre vio a esta escultura como un hombre «a mitad de camino entre el ser y la nada». Esta frase hace referencia a la principal obra filosófica que escribió que se llama, precisamente, El ser y la nada. Sartre definió a Giacometti como “el artista existencialista perfecto”. 


Este es nuestro homenaje al filósofo, a través de su amigo y de una obra que admiraba.

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El hombre que camina (L'Homme qui marche I)

Escultura 

1961

183 x 25,5 x 95 cm

Museo: Carnegie Museum of Art, Pittsburgh, Estados Unidos

Publicada: 16/04/2024

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