Los pobres son terraplanistas
Actualizado: 26 ago 2021
Por Aramís Latchinian
En las últimas cumbres climáticas, con la presencia de miles de participantes en representación de cientos de gobiernos, ONG, organismos de la ONU, organismos multilaterales de crédito, entre una inmensa lista de organizaciones, acordaron el objetivo de reducir 20% las emisiones de CO2. Supongo que fue por tirar un número, sin pensarlo mucho, porque paralizando la economía mundial con la cuarentena, y provocando las mayores tasas de desempleo en muchas décadas, las emisiones de CO2 bajaron un 8%. Por suerte los gobiernos no suelen cumplir sus objetivos, porque no quiero imaginarme los impactos que provocaría sobre la población más pobre, reducir las emisiones en un 20%.
Desde hace unos cuantos años, algunos de los economistas más importantes del mundo, agrupados en el Consenso de Copenhague, advierten que las inversiones para frenar el cambio climático, son el más estúpido malgasto de dinero público, que hacen los gobiernos (lo dicen con otras palabras)[1].
Hasta ahora, el planteo tenía un carácter especulativo, pero la cuarentena global aporta un escenario útil de constatación empírica para corroborar su hipótesis. Se detuvo la economía y el transporte en el mundo por un mes (con costos socio-económicos aún desconocidos) y la reducción de las emisiones de CO2 fue del 8%.[2]
El IPCC (Organismo de Naciones Unidas que se encarga de pronosticar el Apocalipsis climático) predice que, si seguimos con las tasas actuales de emisión de Gases de Efecto Invernadero, en 2070 los más pobres del mundo sufrirán las consecuencias. Pero el dream team de economistas del Consenso de Copenhague, ha demostrado sobradamente, que en lugar de gastar miles de millones de dólares para reducir de manera insignificante las emisiones, sería bastante más eficaz, invertir cantidades muchísimo más pequeñas para sacar de la pobreza de forma definitiva a esas personas que dentro de 50 años sufrirían las consecuencias del cambio climático.
Redundando: con una pequeña fracción de lo que se gasta en enfrentar el cambio climático (asumiendo de forma temeraria que la mayor parte se debe a causas antrópicas), se resolvería de forma definitiva el suministro de agua, el saneamiento, la seguridad alimentaria, el acceso a la salud y a la educación, de forma permanente, para cientos de millones de personas, haciéndolas mucho menos vulnerables a los efectos del cambio climático.
Según el IPCC, uno de los efectos directos del calentamiento global será la extinción masiva de especies, que ocurrirá pronto y hará que el meteorito que hace 65 millones de años contribuyó a la desaparición de los dinosaurios, parezca un pedregullo.
Nuevamente, la realidad parece mostrar otra cosa. El aumento de CO2 atmosférico está provocando una leve recuperación de los bosques naturales en todas las regiones tropicales, por lo general muy diezmados por la tala para extracción de madera y para avance de la agricultura, que es la verdadera amenaza de los bosques y selvas. Tan firme es la recuperación de algunos bosques, que varios investigadores ya hablan de un proceso de “ecologización”.
Pero desde sus inicios el IPCC miró más hacia al Ártico que hacia los trópicos, y eligió al oso polar como especie bandera para comunicar la amenaza climática. El problema era que se morían por los balazos de los cazadores, y cuando se prohibió la caza de osos, la población comenzó a recuperarse rápidamente. Hoy viven en el Ártico más de 25.000 osos polares, agupados en varias poblaciones, y de acuerdo a los criterios manejados por IUCN (Unión Internacional para la conservación de la Naturaleza), no podemos decir que sea una especie en peligro (y mucho menos por el cambio climático). Sin embargo algunas de las poblaciones de osos polares (tal vez la mayoría) están disminuyendo y es necesario emprender acciones de conservación. Pero de ahí a que se están extinguiendo por el calentamiento global, hay cierta distancia.
Los osos, igual que muchas otras especies, están siendo afectadas (directa o indirectamente) por la modificación acelerada de sus hábitat naturales, por la antropización del territorio y la fragmentación de sus ecosistemas. Esto es un problema de escala planetaria, agravado por la caza y el tráfico de especies.
Los orangutanes viven en Asia y los leones en Africa, ambos están amenazados y a ambos les encanta el calor, tal vez hay que buscar la amenaza en otro lado.
Recientemente Matt Ridley[3], en un provocador artículo se pregunta por que las poblaciones de lobos se están recuperando y re-colonizan sitios de los que habían desaparecido, aunque son un problema para los pastores porque atacan a sus rebaños, mientras que los leones están cada vez más amenazados y sus poblaciones se reducen, cuando no son una competencia para las comunidades locales. La respuesta de Ridley es clara, los lobos viven en países ricos y los leones viven en países pobres. No se imaginan cuan extrapolable es esta conclusión, la pobreza es la causa más brutal de los problemas ambientales. Otra vez la pobreza, que incomodidad para el glamour ecologista, pero la verdad es que enfrentar la pobreza es la política de conservación más eficaz.
[1]https://www.ted.com/talks/bjorn_lomborg_global_priorities_bigger_than_climate_change/transcript?language=es [2]https://www.investigacionyciencia.es/noticias/cmo-se-han-reducido-las-emisiones-de-carbono-por-la-pandemia-de-covid-19-18705?utm_source=boletin&utm_medium=email&utm_campaign=Medioambiente+-+Junio+(I) [3] https://www.perc.org/2020/07/06/against-environmental-pessimism/
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