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Manos que arañan

Por Baltasar Aguilar Fleitas

Quizá las manos no expresarían tanto, si no se las representara. Pasarían casi desapercibidas en sus infinitos movimientos cotidianos. El arte y la poesía las inmoviliza, las fija en un instante y allí se transforman en texto disfrutable, reconocible, analizable, o sea, en incontrovertibles metáforas de la vida.


En las manos se descargan el amor, la inteligencia, la elocuencia, el dolor, la piedad y la violencia.


En esta serie hemos presentado varias obras que tienen a las manos como protagonistas. Recuerdo esa mano artrósica de la Vieja friendo huevos de Velázquez, o esa otra de Mujer saliendo del psicoanalista de Remedios Varo que tira en un pozo la cabeza del padre a la salida del consultorio, o las manos dolientes y deformes de Renoir pintando belleza y alegría en El almuerzo de los remeros, o las manos de Banksy que lanzan flores revolucionarias en Tirador de flores, o las de Plutón que se hunden en la carne de Proserpina en El rapto de Proserpina, de Bernini…


Y casi no se ha hecho mención a las manos que convocan al amor, a la sensualidad, al frenesí erótico, como esas que tan bien describen Octavio Paz e Idea Vilariño:


Mis manos abren las cortinas de tu ser te visten con otra desnudez descubren los cuerpos de tu cuerpo Mis manos inventan otro cuerpo a tu cuerpo.

(Octavio Paz)

 

Y las manos persiguen tu forma con esfuerzo 

porque tú tienes algo que los ojos no alcanzan

(Idea Vilariño)

 

El arte y la poesía dicen de las manos cosas que nosotros, solos, sin su auxilio, no alcanzamos a comprender.

 

También hay manos que arañan. 


Una pintura de manos que ya vimos es Lenguaje del pueblo, de Eduardo Kingman (1913-1997), pintor ecuatoriano, maestro del expresionismo y el indigenismo de su país. Kingman, decíamos en aquella oportunidad, fue testigo desde pequeño de la realidad de los indígenas, con los que se solidarizó, y por eso los desposeídos y personajes anónimos de su país se convirtieron en los protagonistas de su vasta producción plástica. Manos enormes, expresivas, duras, de gente que vino al mundo a trabajar y a sufrir. Puños en el aire que reivindican y protestan.


Hoy nos ocupa otro pintor que pintó manos, también ecuatoriano: Oswaldo Guayasamín (1919-1998), contemporáneo de Kingman.


Guayasamín estudió arte en su país y en México con el muralista José Clemente Orozco. Viajó por Estados Unidos y por todo el continente americano, lo que le permitió conocer de cerca la vida de su gente, real y concreta.


Realizó una vasta obra donde se destacan  tres colecciones: 


1- Huacayñan, palabra quichua que quiere decir “El Camino del Llanto”. Esta colección comprende tres temas: el mundo indígena, los afrodescendientes y los mestizos.

2- Su segunda colección fue la Edad de la Ira, quizá la más conocida. En este grupo muestra algunas de las desventuras de la humanidad en el siglo XX: la guerra civil española, los campos de concentración nazis, las bombas de Hiroshima y Nagasaki… La Serie de las manos es una serie de 13 cuadros que pertenecen a esta etapa del artista (década del 60).


3- La tercera colección se llama Mientras viva siempre te recuerdo, o La ternura, que hizo en honor a su madre y a todas las madres del mundo.


Guayasamín realizó también otras obras, algunas monumentales.


La pintura que hoy presentamos se llama Lágrimas negras I y  pertenece a la colección Edad de la ira. Se ve un rostro infeliz y angustiado de una mujer indígena enmarcado por unas enormes manos que llaman la atención sobre su padecimiento y el de su colectivo.


Dejemos hablar al pintor:


“Cuando pinto una mano, una boca, unos dientes o unos ojos, estas no son solamente una forma plástica. Yo quiero expresar en esto más que la plástica misma. Quiero expresar este ojo que está llorando, estos dientes que están mordiendo o estas manos angustiadas, vibrando”. “Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente”.

——

Lágrimas negras I.

Óleo sobre tela.

140 x 100 cm.

1984.

Galería Duque Arango. Medellín. Colombia.

Publicada: 06/04/2024

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