No es un inversor
Por Baltasar Aguilar Fleitas
Aunque lo parece, este hombre que se ve de espaldas, bien vestido y apoyado en un bastón, no es un inversor que está mirando ese paisaje con el propósito de construir un complejo turístico, ni está emocionado porque descubrió un gran lago para hacer una isla artificial. Nada de eso. Este hombre no tiene ni miras de explotar la naturaleza, la respeta.
Es un señor que pone toda su humanidad para medirse, cotejarse con la naturaleza inmensa y desbordante o, simplemente, se ha tomado un tiempo para contemplar.
Contemplar, un verbo lamentablemente en desuso porque la vida actual requiere rapidez, ruido, multitud, eficiencia, productividad, y, sobre todo, nos exige ingerir el mayor tóxico del mundo moderno: la necesidad, creada, de ocuparse todo el día en hacer cosas útiles. La contemplación es considerada, así, una pérdida de tiempo, más bien una predisposición de vagonetas y gandules.
Bueno, ese hombre puede estar ahí haciendo eso tan necesario para el espíritu: contemplar (palabra que viene del latín contemplari: mirar atentamente un espacio limitado, en este caso sería para tener una experiencia estética… ¿Una experiencia estética? ¿Cuándo fue la última vez que tuvimos una experiencia estética?).
Pero la intención del autor de la obra pudo haber sido otra. Eso es el arte: interpretación (además de proporcionar goce sin tomarse la molestia de interpretar nada).
Pues sí: este cuadro, considerado una obra maestra, es del pintor alemán Carl David Friedrich, considerado uno de los máximos exponentes del romanticismo. Fue pintado en 1818. Se llama El caminante sobre el mar de nubes (o de niebla como también se le conoce). Es una obra sintética, con sólo dos protagonistas: el paisaje y un hombre.
El romanticismo es un movimiento cultural que se originó a fines del siglo XVIII y se extiende por la primera mitad del XIX. Surgió como reacción al racionalismo ordenado, frío y sereno del neoclasicismo que se inspiraba en la antigüedad clásica. El romanticismo, en cambio, da lugar a los impulsos, a las emociones, a las pasiones desatadas…
¿Qué tiene este cuadro de romántico? Fundamentalmente dos características: 1) la exaltación de la naturaleza, una naturaleza parcialmente velada por las nubes como si de un sueño se tratara, onírica, idealizada, todopoderosa, pero con entidad propia y destacada; la naturaleza ya no es el escenario en que ocurre algo sino que es ella misma un protagonista como se ve en ese paisaje inmenso que llena todo el cuadro; 2) el artista transmite no lo que ve sino lo que siente y piensa. Friedrich manifestó: “El artista debe pintar no sólo lo que ve delante de él sino también lo que ve dentro de él”. En este caso podría ser un sentimiento de pequeñez o de asombro ante la fuerza de lo natural.
Es gratificante para el espíritu imaginar que el hombre ha llegado hasta allí luego de un largo camino, se muestra el último paso como “congelado”, y queda absorto, es decir, sin defensas ante lo que ve.
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