Pfizer versus Sputnik: COVID-19, vacunas y geopolítica
Actualizado: 19 feb 2021
Por Dario Manna
Acá, por este lado del mundo -en Italia- el COVID-19 es una cosa muy tangible.
No hay diario, semanal, noticiero o trasmisión televisiva que no dedique mínimo el setenta por ciento de su espacio y de su tiempo a ese virus que nos cambió las vidas.
Si salís por la calle, la gente tiene miradas tristes y preocupadas: está distanciada, moralmente aún más que físicamente. “Distanciamiento social” lo llaman, pero parece más un distanciamiento moral.
Los números de la segunda ola de la pandemia están bajando, pero estamos en la espera de la tercera, “más brutal de las otras dos de febrero-abril y octubre-diciembre 2020”, dicen.
La crisis económica empieza a ser abrumadora: las medidas de encierro están consumiendo los últimos ahorros de la parte rica del planeta, ese “primer mundo” que no se imaginaba de tener que bajar su alta -y a menudo inútil- propensión al consumo.
Los bares y los comercios -los que siguen abiertos- están medio vacíos, con rebajas, y con los dueños y sus asistentes con un cariño y un interés hacia el potencial comprador que nunca tuvieron: una educación inducida.
Gracias al COVID-19, las derechas negacioncistas tienen otro argumento para fomentar la rabia social, tirando gasolina arriba de esas chispas, quemando las ultimas esperanzas de un mundo más solidario.
“¡Seremos mejores!”, se cantaba en marzo de 2020. Yo nunca lo creí. Y tenía razón desafortunadamente, porque últimamente a la tristeza se unió la amargura hacia el otro.
En esta atmósfera, tensa, todos estábamos esperando la vacuna, como otro ejemplo de la invencibilidad del ser humano, capaz de ganarle a este bicho y hacernos volver a la vida de antes.
Acá en Italia el movimiento anti-vacuna vio bajar mucho sus “afiliados”: el 72% de las personas quiere vacunarse lo antes posible (el 99% entre médicos y enfermeros). Seguro este porcentaje tan alto es fruto también del clima de miedo que estamos viviendo desde un año. En mi querido Uruguay, por ejemplo, el 44% de la gente no quiere vacunarse, quizás por una baja percepción del riesgo, también en consideración que, al revés que acá, se habla muy poco del tema (y eso me impresiona mucho y pienso que sea una decisión implícita y brutal del gobierno multicolor, que quizás presente divisiones en el enfoque de la pandemia).
Pues entregamos nuestras esperanzas hacia las casas farmacéuticas, el emblema quizás más radical del capital. En efectos, los teóricos liberales nos venden la idea del mercado “ecuo regulador”, la magia de la competencia entre las empresas como la regla más contundente para elegir lo mejor y al precio adecuado. La verdad es que no hay verdadero capitalista a quien le interese la “competencia”: cada empresario sueña con ser monopolista en su proprio mercado, para elegir todas las condiciones de venta.
En la búsqueda de este afán de lucro, varias casas farmacéuticas -en tiempo récord- desarrollaron distintas vacunas contra el COVID.
Personalmente, le tengo miedo a todas las pastillas: que sea un ibuprofeno o un paracetamol siempre pienso que los efectos colaterales puedan ser más peligrosos del mal que quieren curar, y evalúo cada vez “si el juego vale la vela” (como se dice en Italia para expresar si es bueno o malo hacer algo). Para aclarar mi posición -y para que el lector sepa un poco más de quien está leyendo- evalué vacunarme contra el COVID, una vez sea posible. No soy un científico y por lo tanto no sé cuál vacuna sea mejor: tengo que confiar en las autoridades competentes.
En Europa, el pasado diciembre la Agencia Europea del Medicamento autorizó el uso de la vacuna estadunidense Pfizer. Por lo tanto, los veintisiete gobiernos nacionales europeos aprobaron su propio plan de vacunación, en relación con las dosis de vacunas compradas por la Unión Europea (acá el plan italiano: https://info.vaccinicovid.gov.it - www.governo.it/it/cscovid19/report-vaccini).
El 27 de diciembre todos lo países de Unión Europea empezaron a vacunar a sus ciudadanos.
En menos de un mes llegó la primera trampa: la semana pasada la empresa Pfizer comunicó de forma repentina a los Gobiernos de la UE un descenso temporal en los envíos, “debido a una reestructuración en su planta de producción en Bélgica”.
El gobierno italiano empezó los trámites para demandar a Pfizer por retrasos en entregas de vacunas anticovid: pero ya sabemos que los contratos firmados -llenos de obligaciones de confidencialidad y no divulgación- seguramente tendrán cláusulas más favorables y amparadoras de la empresa farmacéutica.
Lo que me gustaría saber es qué paso de verdad. ¿La sobrevendió para ganarla a la competencia? ¿Está reteniendo unas dosis para venderlas en otros mercados con más ganancias? ¿Tuvo un compromiso con el nuevo presidente de Estados Unidos de América para entregar más en EE.UU. a costa de UE?
Ese es el mercado de lo medicamento: no hay decisiones basadas en ética, como egregiamente describió la novela antes y la película luego “El jardinero fiel”.
Me queda otra pregunta.
¿Porque la Agencia Europea del Medicamento aún no habilitó a la empresa farmacéutica rusa Binnopharm que produjo la vacuna Sputnik V?
No creo que la empresa rusa sea más limpia que la de Estados Unidos, y confío muy poco en Putin, peligroso “caudillo” con poca costumbre hacia los principios democráticos.
Pero esa “guerra” entre Pfizer y Binnopharm me recuerda mucho, otra guerra que se “jugó” en los 60s entre otros Sputnik y el programa Apolo de la NASA: la carrera espacial.
Como en aquella pugna, está en juego no solo la supremacía económica de dos gigantes (con el otro -el chino- a la espera) sino la hegemonía política del mundo del siglo XXI.
Y nosotros, los seres humanos, estamos en el medio.
¿Sería un sueño que la UE y los países de latino-américa puedan jugar un rol distinto en esa lucha geopolítica para la salud de los terrestres?
Roma, 27 de enero 2021
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