Querido Roberto
Por María Rosa Oña
Querido Roberto
(y digo “querido” simplemente para que sigas leyendo, porque si ponía “Para el palurdo de Roberto”, “Roberto sos un salame” o “Para el pánfilo de Roberto”, sabía que no lo ibas a leer)
Te confieso que dudé mucho en escribir esta carta, y después dudé en dejarla para que la leyeras. Dudé, ¿me entendés? Dudé. Fue entonces cuando me di cuenta que en eso se basó nuestra relación, en dudas, en equivocaciones, en malentendidos.
¿Te acordás el primer día en que te vi? Acordate, repasá el espectáculo y tratá de entenderme. Con un paquete de tampones en la mano, en el super, tuve que soportar que por una hora me confundieras con una tal Elvira, y me pidieras perdón, y suplicaras de rodillas una segunda oportunidad.
Asustada, en ése momento, lo único que quería era salir corriendo del supermercado pero no quería pasar vergüenza. No te engañes, fue solo por eso que accedí a salir contigo. (No te preocupes, sé que tu capacidad de atención es mínima, así que no me voy a extender mucho).
En nuestra primera cita empezaron a crecer mis sentimientos por vos, mientras mirábamos “Top Gun” (según vos mi película favorita), yo te miraba y no podía explicarme como podía existir una persona tan torpe, un ser tan confundido, y ese pensamiento se extendió a lo largo de la noche y después a lo largo de nuestra relación. Caminando de tu mano, hacia casa, crecía en mí una sensación rara, como si hubiera encontrado un perro perdido, y surgiera la necesidad inexplicable de cuidarlo.
¿Te acordás? Durante la cena, esa noche, ordenaste por mí: pediste ostras. Y mientras devorabas las tuyas no reparaste en que no toqué ninguna de las mías. No me gustan las ostras, no lo notaste: nunca notás nada.
Ya en la puerta de mi casa, al despedirte, me besaste y dijiste hasta mañana. El beso, debo decirlo, me gustó, y tal vez, un poco por eso y otro poco por intriga nos volvimos a ver.
Ayer, mientras hacía mis valijas en casa, pensaba, recordaba como se fueron dando las cosas. Después de conocernos, los días se fueron sucediendo, así pasó lo nuestro, porque si.
Mientras organizaba mi ropa para dejarte, mirando a mi alrededor, encontré en las paredes y en los estantes todos tus regalos, ¿y sabés qué? ¡No me gustan! Las flores que me regalaste, las que insistías que eran mis favoritas, son desagradables. La caja de música con la tonadita melosa y pegajosa de “Para Elisa” es insoportable. Nunca entendiste, nunca quisiste entender. Y eso fue desgastando nuestro amor. Y fijate que digo “nuestro”, porque aunque suene raro, te quiero. Yo sí supe dejar de lado tus defectos, y quise imaginarme un futuro contigo. Contigo y con tu perro, ese horrible pequinés que juro que nunca te regalé.
Te quiero, y creo que nunca voy a dejar de quererte. Podrán pasar muchos años y muchos hombres, pero seguro que ninguno podrá ocupar tu lugar. Ninguno va a poder sorprenderme como vos. ¿Qué otra persona me pediría matrimonio en el velorio de la abuela? ¿Quién…? Nadie.
Espero que ahora sepas aceptar que por vos hice muchos sacrificios, y la vista gorda a muchas cosas. Perdoné que nunca acertaras la fecha de mi cumpleaños. Perdoné que nunca recordaras los nombres de mis amigas. Perdoné, incluso, que el día de nuestra boda, el momento más importante en la vida de toda mujer, ante el cura, ante mis padres y mis conocidos, cuando te preguntaron si me aceptabas como tu esposa, en ese momento, no me llamaste por mi nombre, dijiste Elvira.
Supe perdonarlo y aprendí a vivir con ello. ¿Acaso eso no es amor?
Pero por mucho amor que sienta, tengo que irme... te tengo que dejar. No puedo seguir atada a un hombre que no puede aceptarme tal como soy. Me quisiste morocha y me teñí el pelo. Por vos cambié de profesión y ahora soy profesora de inglés. Dejé de comer chocolates, a pesar de que no soy alérgica. El sólo ver tu cara cada vez que me acercaba a una caja de bombones hacía que ni siquiera pensara en tocarlos. Soporté incluso entrar en tu oficina y encontrarme con la foto de otra mujer. Lo soporté, ¿te acordás?
Pero basta. Por eso, y otras cosas me voy. Por mucho que me duela debo irme, debo volver a ser yo: aquella muchacha simple y rubia que encontraste en el super y metiste en ese laberinto sin sentido que se esconde en tu retorcida mente.
Debo decirte unas cuantas verdades aunque nos duela a los dos:
te quiero, pero me voy. No me gustan las ostras, ni las cretonas; odio “Para Elisa”; odio “Top Gun”. En cuanto llegué al hotel me comí una caja de chocolates porque no soy alérgica, soy arquitecta, y lo más importante de todo: ¡no me llamo Elvira!
Siempre estarás en mi corazón. Quien te quiso, y siempre te querrá…
Rosa.
Pd: Si esta carta te hizo llorar, los kleenex perfumados que siempre comprás, los dejé en la cómoda… porque, querido, a esos sí soy alérgica.
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