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«Siempre hemos vivido en el castillo», de Shirley Jackson

Por Inés Nogueiras

«Siempre hemos vivido en el castillo» fue publicada en 1962, cuando su autora ya gozaba de una sólida reputación como escritora de historias de misterio y terror. Desde su perturbador y polémico cuento «La lotería», pasando por la famosa «La maldición de Hill House» —considerada por Stephen King como una de las obras maestras del terror— Jackson ha explorado en su profusa obra distintas facetas de lo terrible, y muchas veces ha generado conversaciones para las que los lectores de su época no estaban preparados. Y quizás hoy muchos aún no lo estemos.


«Siempre hemos vivido en el castillo» explora una forma muy sutil del terror, casi que se presenta como una película de miedo a la luz del día. No hay monstruos —de los fantásticos, al menos— escondidos detrás de puertas o acechando en oscuros áticos. Hay dos muchachas jóvenes y un viejo inválido que viven encerrados en una vieja mansión, aislados de una comunidad que los odia debido a un trágico acontecimiento que los involucra en distinto grado.


Shirley Jackson se las arregla para presentar a los personajes con una luz que los favorece. La empatía con ellos es casi inmediata, lo que hace aún más compleja la experiencia de ir conociendo sus claroscuros. Merricat, la más joven de ese resto de familia que sobrevivió a la tragedia, es quien nos conduce lentamente a lo largo de una historia que no tiene un desenlace brutal ni —en cierto modo— inesperado, pero no por eso lo hace menos interesante.


La autora despliega en esta obra —que terminaría siendo la última novela de su vida— toda su sensibilidad para construir personajes femeninos cautivadores y complejos, y todo su talento para encontrar la poesía allí donde no deberíamos.

Publicación original: 20/04/2021

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