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Una deriva peligrosa

Actualizado: 13 jun 2021

Escribe Roberto Elissalde.


El episodio de enchastre político contra Álvaro Villar iniciado por Santo y Seña el domingo 9 permite sacar varias enseñanzas.

La primera es que nadie parece estar particularmente interesado en discutir programas políticos ni de gobierno. La sociabilidad del siglo XXI y las formas de relacionarse con las ideas presentadas de forma sistemática y racional no son compatibles. El atajo más usado, en Uruguay como espejo de lo que pasa en los países centrales, es juzgar a los candidatos como personas y no como emergentes de proyectos políticos, como representantes de clases sociales o grupos de interés.

Izquierda y derecha tratan de convencer a la ciudadanía sobre las virtudes humanas de sus candidatos, su calidad de muchachos y muchachas de barrio, su seriedad pero también su sencillez y su honestidad. Ahora, tanto derecha como izquierda, tratan de ver si el contrincante es tan bueno e inmaculado como parece y en caso de descubrir alguna inconsistencia, algún sonido a hueco, abalanzarse para ver si es posible sacar ventaja de ella.

De forma artesanal y militante, la izquierda ha logrado descubrir o recordar cosas del pasado de los candidatos multicolores: los vínculos familiares con empresas o torturadores, las sociedades comerciales o de interés entre diferentes actores, el vínculo político entre representantes de la justicia y los sometidos a ella, etcétera. Cada tanto alguien edita un video que, por el camino del profesor Paradójico, le permita desenmascarar una mentira de la derecha.

Esto no es una novedad de esta semana, pero la enseñanza es que lo que hay para repartir en un gobierno es demasiado valioso como para ser librado a la voluntad común de los ciudadanos y la derecha sabe lo que tiene para perder. Hoy hay consultores capaces de interpretar la “big data” generada en las redes sociales de cada candidato, cruzarla con historias personales, el pasado de amigos y parejas y después elegir dos o tres puntos que puedan demostrar una vulnerabilidad. Una vez creada la debilidad, se pueden usar los medios masivos para hundir a alguien.

La capacidad y creatividad militante no entran en la liga del capital económico. Lamentablemente a lo que se puede llegar de esa forma es infinitamente más pobre, menos eficaz que los resultados . Los ricos no van a dejar en manos de la izquierda la gestión de los países y van a darle la lucha con los recursos del siglo XXI. Cuanto más se aferren los militantes a las herramientas del pasado como a una religión, más fácil va a ser hundir esa canoa. Captar la atención, manipular la emoción y dirigir la voluntad de la gente es algo que las corporaciones necesitan hacer para sobrevivir en la competencia cotidiana. La falta de ética y la abundancia de recursos hacen que la derecha saque una enorme ventaja a la izquierda.

La sociedad del espectáculo, que rigió hasta el invento de la red 2.0 interactiva, dio paso a la sociedad de las redes, donde lo espectacular, si breve, es dos veces bueno. La acusación de Santo y Seña de “acosador” de Álvaro Villar no necesitó ser demostrada. En esta sociedad alcanza con que sea enunciada. Y la respuesta del “acusado” pecó de anacrónica, propia del siglo XX. Averiguar los pormenores, leer 8 carillas de documentada y racional respuesta y sacar conclusiones son hábitos que han quedado atrás: su tiempo fue robado por la lectura del nuevo tuit o la historia más reciente.

La segunda es que la izquierda ha creado sus propias debilidades. Durante décadas creyó ser portadora de cierta virtud diferente, creyó ser inmune a la corrupción y al delito. Ya habíaa aceptado que “algunos compañeros” incluyeran la politiquería y la demagogia en sus trincheras, porque de última aportaban votos y no controlaban la cabeza, todavía limpia, de la dirección política. Pero los 30 años de gobierno departamental y 15 de gobierno nacional nos demostraron que hubo quien delinquió contra las finanzas públicas y hubo quien actuó negligentemente con ellas o las utilizó para sus fines políticos personales o grupales. Eso debería ser suficiente como para demostrar que si bien la tónica general de la izquierda es más sana que la de los partidos de los patrones, no está libre de pecadores.

La combinación de redes sociales moralizantes, en las que la indignación es brújula, y un frenteamplismo de casi un millón de personas deja a la izquierda expuesta a ataques externos que generan dudas en nuestras propias filas. No es que nadie haya probado elementos de acoso sexual o laboral contra Álvaro Villar. Pero al ser una organización de masas, las formas de recibir e incorporar la información que tienen los frenteamplistas no difiere de la del promedio de la población.

En las redes sociales es común que las diferencias se salden con una salida (de quien se siente ofendido) o una cancelación o expulsión de quien es supuestamente un elemento discordante.

Como actitud, esto es perfectamente posible en el mundo virtual, más allá de su conveniencia o el nulo aporte que hace a la aceptación de las diferencias; en el mundo real es impracticable pues destruye la posibilidad de vivir en sociedad. Pero a esto debe agregarse que nadie, absolutamente nadie, puede someterse a tal grado de exigencia moral.

El mensaje de respuesta de Villar a las críticas de provenientes de la interna frenteamplista revela cómo se procesa el debate político en nuestro tiempo. Hay una acusación de alguien que se gana el sueldo socavando los valores y la gestión de la izquierda en el país. Álvaro Villar decide contestar con una extensa y detallada carta sobre cuál fue su papel en el conflicto laboral entre una cirujana y un cirujano. Aparentemente era su última palabra pero los tuits de militantes de izquierda reproducen el malestar de adentro del Frente Amplio y lo obligan a una nueva jugada.

¿Cuál es el malestar? Villar fue acusado de algo que quema como el ácido en la izquierda: el acoso contra una mujer. Es una conquista de las últimas décadas de las mujeres frenteamplistas y de las progresistas del mundo que los temas personales puedan ser considerados también temas políticos. Es imposible construir una sociedad mejor sobre la dignidad de sectores enteros de la humanidad sometidos al dominio de una minoría, casi siempre integrada por señores blancos, heterosexuales y relativamente violentos.

Ante la desidia y la denegatoria de justicia que innumerables veces sufrieron las mujeres, surgió un movimiento que puso en acento en proteger a las víctimas de esa violencia y como primer paso se propuso creer en sus testimonios. Esta actitud, totalmente comprensible desde el punto de vista sensible y basada en el deseo de justicia, abrió la puerta a dos problemas diferentes: el desinterés por la prueba y el abandono de la presunción de inocencia por un lado y la posibilidad de utilizar la acusación contra alguien para callar su voz o destruir su vida social o política por el otro.

El alto nivel de exigencia que se pone en ámbitos judiciales para la aceptación de pruebas ha hecho que infinita cantidad de personas, en especial mujeres, se quedaran sin justicia. Los responsables de violencias privadas saben que tienen garantizada media impunidad si logran no dejar pruebas. La reacción de creer en la palabra de las víctimas se levantó para enfrentar esas dificultades y dar apoyo a quienes no lograban superar la barrera de la prueba.

Pero el alto nivel de exigencia de la prueba admisible tiene una buena razón: evitar que un inocente pague por un delito que no cometió. La base de nuestro sistema judicial incluye la idea, polémica pero fundada, de que es peor que haya un inocente preso que que haya un culpable suelto.

Hasta donde sé, Álvaro Villar actuó como un administrador responsable y eficaz. Además buscó alternativas humanas que van más allá de la actitud de un burócrata que se guía por el librito. Y nadie fue capaz de demostrar ni siquiera un error en su actuación.

Pero el mundo ha cambiado desde la época en que Álvaro Villar empezó a hacer política y hoy. Las dudas expresadas en los tuits de sus compañeros, abrieron un frente dentro del espacio de seguridad de Villar, que entonces decidió salir al cruce hablando con referentes críticos y respondiendo en la misma red.

Después de esas consultas, en las que seguramente aprendió sobre cajas de eco, microclimas internos y los márgenes de la tolerancia de la realidad virtual. Y decidió sacar él también un tuit agradeciendo las críticas y reconociendo que lo habían ayudado a”pensar”.

Me siento defraudado por el desenlace. Es normal en la vida política tener que hacer equilibrio en la cuerda floja y responder al estado de humor en la sociedad.

Las sociedades anglo-sajonas han hecho del arrepentimiento explícito y público una exigencia tan grande que han terminado borrando su sentido íntimo. Desde el tenista que dice “sorry” cuando la pelota pega en la red y cae del lado del contrario al político al que se le descubre un affair amoroso y jura que fue un error u agradece a su pareja por ayudarlo a recuperar el amor por su familia, la práctica es masiva. La sensibilidad moral de las redes sociales está llevando a nuestra sociedad a cumplir con los mismos parámetros. Y tampoco hay garantías de que los arrepentimientos explícitos conlleven un correlato interno.

La penúltima enseñanza de este episodio todavía es imaginada y no viene de lo que ya sucedió sino de lo que puede suceder. Nadie es capaz de decir que no podría haber hecho más por salvar a un niño con hambre, a un indigente que golpea a su puerta. Nadie puede decir que no pudo tolerar un poco más los desplantes de un vecino o un hijo. Nadie puede decir que hizo todo, absolutamente todo lo que estaba a su alcance para erradicar la injusticia en el mundo o para impedir la contaminación ambiental o para hacer imposible que se sigan maltratando animales.

Si la obligación “moral” expuesta en las redes nos lleva a todos a hacer ese acto de confesión casi religiosa de nuestras debilidades, vamos a quedar expuestos a una versión izquierdista de la bomba de neutrones. Alcanza con que Nacho tire una acusación contra alguno de nosotros desde la ventana y ya nos encargaremos de aplicarnos el más alto nivel de exigencia moral. La derecha no sufre de esos males. Le pesan otros, es cierto, pero no esos.

Y la solución no pasa por abandonar las exigencias morales. Pasa por aplicar lo mismo que exigimos: leer, intentar entender, confiar, tomarse el tiempo necesario para escuchar posiciones diversas, elegir un camino y después actuar. No fusilar a nadie sin pruebas, no permitir que los de la vereda de enfrente nos elijan las víctimas y al mismo tiempo no ser tolerantes cuando sabemos que alguien usó una tarjeta corporativa de su trabajo para una compra personal o mintió en una certificación académica.

Y la última enseñanza es que no alcanzan los viejos libros para hacer política hoy. Es necesario entender cómo funcionan en política los veteranos y los líderes, cómo funcionan los más jóvenes, los más y los menos educados, los pasionales y los estudiosos. El concepto “pueblo” se dinamitó el mil identidades internas y la “gente” como sujeto social es tan difícil de describir como el arco iris. Con la muerte de los grandes relatos surgieron las identidades múltiples y fragmentarias, las adhesiones parciales y volátiles. La fábrica sigue produciendo identidad, pero cada vez hay menos fábricas. Para llegar a las mayorías, es necesario entender esta multiplicidad de actores y sensibilidades. La adrenalina que producen la competencia y la sed de lucro hace que la derecha esté genéticamente más capacitada que la izquierda para entender estos cambios. Las corporaciones abandonan todo romanticismo a la hora de optimizar sus resultados. Y para eso tienen que estudiar y entender a “su público”. Recién después ponen en circulación sus relatos, que no son otra cosa que los pedazos de su ideología.

Quien no entienda estos temas bien, va a estar haciendo política al golpe del balde, de forma amateur y sin mucho futuro.

Publicación original 17/08/2020

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