top of page
  • Foto del escritor25siete

Argentina, 1985

Por Martín Coitinho

Mi primera impresión de “Argentina, 1985” es que es una película extraña. Pero eso tiene más que ver con mis expectativas que con la película en sí, que es sólida, estupenda en todos los rubros técnicos, y siempre atractiva.


La extrañeza surge de que es una historia contada en la tradición del drama legal, como se conoce habitualmente a un género que incluye obras como “Matar a un ruiseñor”, “12 hombres en pugna”, “Amistad”, “Cuestión de honor”, “Filadelfia”, o “Erin Brockovich”.

La elección de películas no es caprichosa. Hablamos de cine de Hollywood, de varias décadas, pero con características comunes (por eso hablamos de un género, o quizás un subgénero). Y es que “Argentina, 1985” está más emparentada con aquellas que con la mayoría del cine latinoamericano (o específicamente el argentino).


Una primera consideración es que es algo bienvenido. Funcionalmente, porque permite contar la historia desde una perspectiva diferente a la habitual y abrir el cine de estos lugares a narrar con los códigos del cine de género. No quedan dudas de que las herramientas del género, bien utilizadas, son probadamente efectivas.


La segunda es que podría no ser coincidencia que esto se dé en una película financiada por Amazon.


Aquí podemos entrar en un terreno pantanoso de ver esta irrupción de los capitales y géneros extranjeros como algo bueno o malo. Máxime, en una película acerca de algo tan profundamente argentino como el juicio de las juntas militares. ¿Es válido filmar esta historia como si fuese cine de Hollywood, quizás sacándole las idiosincrasias del cine argentino?


Se trata de una cuestión casi filosófica, y no tengo dudas de que puede haber espectadores que puedan tener algún que otro reparo en este sentido. Prefiero dejar el tema planteado y hablar, entonces, de cómo creo que funciona.


Como ya dije, la película es excelente en todos los rubros técnicos. Desde la fotografía, pasando por el sonido (que se evidencian claramente en la secuencia inicial), la música, diseño de producción y edición.


Ricardo Darín ya es, a esta altura, la figura máxima del cine argentino. El actor más importante, quizás de su historia, y uno de los mejores actores en actividad, no solo de Argentina, en general.


Su versión de Strassera no le exige grandes gestos, pero lo construye desde lo mínimo, la gestualidad necesaria, las miradas, los suspiros y los silencios, hasta que tenga su momento máximo en su alegato final. Como una versión argentina de Jimmy Stewart, puede encarnar el bien con facilidad, ser un faro moral aceptado automáticamente. En Hollywood de hoy, sería Tom Hanks.


Quizás un momento de flaqueza de la película sea cuando se atisba a cuestionar el pasado de ese protagonista, pero es un intento tibio, como sin ganas, como si se hiciera simplemente a efectos de cubrirse de acusaciones de hagiografía, pero sin intenciones reales de poner en duda el bien absoluto del protagonista. Esas medias tintas generan la sensación de algo que no se quiere terminar de contar, de una subtrama desechada.


Junto a Darín tenemos grandes actuaciones de Juan Pedro Lanzani (Luis Moreno Ocampo), Alejandra Flechner, Norman Briski (en un gran papel, creado para la película), y merecen especial mención a Laura Paredes (Adriana Calvo), que nos da el testimonio más desgarrador de forma magistral y Santiago Armas Estevarena (Javier, el hijo menor de Strassera), que funciona también como “alivio cómico” impecable. Este último es toda una revelación.


Narrativamente, el mayor peso de la película cae en el juicio y sus resultados. Los juicios en estas latitudes (aún los orales argentinos), carecen del espectáculo de los norteamericanos. Y las amenazas y similares son tocadas como incidentales. El hecho de que se trate de un juicio real, de vidas reales y actividades que efectivamente ocurrieron, son lo que mantiene más el interés, porque la película, quizás con acierto y tacto, evita de todas las formas posibles caer en el sensacionalismo y los golpes de efecto, así como la excesiva solemnidad.


Con todos los elementos técnicos a favor, más las actuaciones, más la sensación de que se trata de una película “importante” (¡qué peligroso que es eso a veces!) es fácil ver a “Argentina, 1985” como una película fácilmente candidateable en festivales de cine y en premiaciones internacionales varias.


Personalmente, creo que está muy bien, que invita a la memoria y reflexión, y que personalmente me genera mucho interés poder ver cuál termina siendo efectivamente su legado en el marco del cine de la región.

Publicada: 04/10/2022

bottom of page