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Deporte de reyes

Actualizado: 17 sept 2020

Por Ignacio Michelini

El turf adquiere, como una suerte de apodo si se quiere, la denominación que el título marca. La misma remite a inicios del siglo XVII, a raíz del origen real que origina nuestra preciada actividad. Es en el año 1603 que James I decide que las verdes tierras de Newmarket serán el escenario donde tomarán lugar las carreras. A partir de allí, sucede el desarrollo de más de 400 años de historia del “deporte de reyes”. No es de extrañar, entonces, que la asociación que popularmente suele hacerse en relación al turf refiera a la élite, clases sociales altas, grupos de gente pudiente, ricos y millonarios. En tanto una actividad exclusiva que dista de lo popular.


Sin embargo la aludida asociación no podría hallarse más alejada de la realidad, en consideración de la profunda transversalidad que marcan las carreras. Es decir, la composición del conjunto de personas que están vinculadas al mundo de las carreras es absolutamente heterogénea. Tal como señala John Carter en “The History Of Horse Racing”, las carreras desde sus inicios atrajeron grupos demográficos diversos: desde los ricos aristócratas hasta “commoners” (gente común) que subsiste con lo que puede. Es entonces equívoco en extremo el preconcepto descrito, resultando imposible determinar un corte de clase de forma exacta, pues las carreras de caballos vinculan a individuos de sectores socio-económicos sumamente diversos, desde el gerente de una multinacional hasta el más humilde laburante. Vale señalar que no resulta vacía la utilización del término vinculan, pues refiero a un relacionamiento real en el marco del modo en que se estructura el espectáculo, factor clave desde mi óptica y paso a detallar los motivos.


Las carreras toman lugar en el hipódromo. El mismo como centro, estadio al que se concurre a observar un evento deportivo, no sienta sus bases en la concepción ortodoxa del espectáculo, en donde se compra una entrada, se asigna un lugar, asiento, butaca en donde se permanece durante la totalidad del show. Sirven a modo de ejemplo un partido de futbol, básquetbol, una obra de teatro o un recital, para los casos mencionados el diagrama estructural es idéntico sin perjuicio de los códigos y normas sociales que rigen en cada uno de ellos. En contraste, cuando se asiste al hipódromo no es habitual permanecer en un mismo asiento, o mejor dicho es opcional. Dado el diseño de los hipódromos, se estimula un espectador activo involucrado en lo que sucede, habilitando el continuo movimiento por las tribunas, los paddocks, boxes de espera e inspección veterinaria, recinto de ganadores, etc. En este sentido surge una interacción y convivencia entre las distintas personas asistentes a las carreras, que resulta realmente interesante. Sumado al elemento, no menor considerando los tiempos que corren, del transcurso pacífico sin ningún tipo de conflicto en un deporte que mueve pasiones como tantos otros y congrega cada fin de semana un número considerable de aficionados.


Para culminar la columna desafío al lector a identificar una actividad, evento de similares características en el aspecto desarrollado, pues honestamente le ha sido imposible a quien escribe, encontrando en el carnaval quizás una respuesta. No me convence aun.

Publicación original 15/09/2020

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