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«El zambullidor», de Luis dos Santos

Por Inés Nogueiras

Por esas coincidencias de la vida y las lecturas —que a veces parecen atraerse unas a otras— tres lecturas recientes se entrecruzaron de forma curiosa en mi camino: «Viralata», de Fabián Severo, «Mi planta de naranja lima», de José Mauro de Vasconcelos y la que hoy ocupa estas líneas: «El zambullidor», de Luis dos Santos.


Esta novela es un relato breve, quizás demasiado breve, de la vida de un niño en el litoral uruguayo: su espíritu rebelde, el difícil vínculo familiar, las amistades poderosas que se forjan en la infancia, las lealtades desafiadas, las tristezas que no siempre se revelan.


«Teníamos nueve años y éramos gurises llenos de coraje, dueños de una descarnada inconsciencia, pero, de algún modo extraño, se nos iba a veces la alegría. Estaba tácitamente prohibido dejar entrar cualquier flaqueza, aunque estoy seguro de que nos dolían las mismas heridas. Como sobrevivientes de la soledad, en el fondo teníamos terror de que se nos fuera el alma atrás de una ternura y andábamos siempre de armadura, como dos pobres soldaditos destinados a pelear batallas imposibles»


Hay algo en esas tres novelas que las hermana, que de alguna manera me hace revolverlas en la memoria, pero al mismo tiempo es algo que las hace únicas. A falta de mejores nombres, lo llamaré autenticidad. Una calidad de lo narrado que hace que la poesía no suene a artificio y que conecte con un sentir muy personal, en el que conviven cómodamente las ternuras y las tristezas. La vida, en definitiva.


Publicación original: 29 de diciembre de 2020

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